¡Oh Virgen Dolorosa!, por el
dolor que tuviste cuando por la calle de la Amargura acompañaste a tu Hijo
hasta el Calvario, haz que yo también le acompañe, llevando la cruz que su
providencia me ha dado, con humilde paciencia y digna constancia, sufriendo
bien todas las molestias que vengan de mis prójimos... Salve Regína, Mater misericodiae...
Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!
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