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Un
gran prodigio apareció en el cielo; una mujer vestida de sol, y la luna debajo
de sus pies |
Cuando la impía herejía de los
Albigenses iba extendiéndose rápidamente por la región de Tolosa, donde
arraigaba casa vez más profundamente, Santo Domingo, que acababa de fundar la
Orden de Predicadores, se consagró con todas sus fuerzas a extirparla. Para
conseguirlo con mayor eficacia imploró con asiduas oraciones el auxilio de la
Santísima Virgen, cuyo honor atacaban impúdicamente aquellos herejes, y a quien
se ha dado poder para destruir todas las herejías en el mundo entero. Y
habiéndole recomendado la Virgen –según atestigua la tradición- que predicara a
los pueblos el Rosario, como singular auxilio contra las herejías y los vicios,
hízolo con admirable fervor y con gran éxito. Así, pues, a Santo Domingo fue
debida en aquellos días la divulgación de aquella fórmula piadosa de plegaria.
Y que él hubiese sido quien la instituyó, lo han afirmado con frecuencia los
Sumos Pontífices en sus letras apostólicas.
Atan saludable institución hay
que atribuir muchísimos favores obtenidos por el pueblo cristiano, entre los
cuales es justo mencionar la victoria que el santísimo Pontífice Pío V y los
Príncipes Cristianos, enardecidos por sus exhortaciones, obtuvieron en el golfo
de Lepanto sobre el poderosísimo tirano Turco. Y en efecto; siendo el día en
que se alcanzó esta victoria el mismo en que las cofradías del Santísimo
Rosario del mundo entero dirigen a María sus oraciones reglamentarias, a estas
plegarias se atribuyó, no sin motivo, aquel triunfo. Así lo reconoció el Papa
Gregorio XIII, el cual, para que en memoria de tan señalado beneficio se
tributarán perennes acciones de gracias a la Santísima Virgen invocada por los
fieles bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario, concedió que en todas
las iglesias en donde hubiese un altar del Rosario se celebrara perpetuamente
un Oficio con rito doble mayor; y otros Pontífices enriquecieron con casi
innumerables indulgencias la recitación del Rosario y las Cofradías de este
mismo nombre.
Clemente XI estaba íntimamente
persuadido de que también debía atribuirse a la eficacia de esta oración la
insigne victoria alcanzada en el año mil setecientos dieciséis, en el reino de
Hungría, sobre el ejército innumerable de los Turcos, por Carlos VI, Emperador
de los Romanos, ya que esta victoria tuvo lugar en el día en que se celebraba
la Dedicación de la Virgen de las Nieves, y aproximadamente en la hora en que,
habiendo organizado los cofrades del Santísimo Rosario unas solemnes rogativas
públicas, con numerosísima concurrencia y grandes muestras de devoción, pedían
fervorosamente a los pies del Señor la derrota de los Turcos, e imploraban
humildemente el poderoso auxilio de la Virgen Madre de Dios a favor de los
cristianos. Atendidas estas circunstancias, Clemente XI creyó que debía
piadosamente atribuir a la protección de la Virgen Inmaculada esta victoria, lo
propio que el levantamiento del sitio de la isla de Corfú por los Turcos, que
ocurrió poco después. Para dejar de este nuevo e importante beneficio perpetua
memoria y gratitud, extendió a la Iglesia Universal, con el mismo rito, la
Fiesta del Santísimo Rosario. Benedicto XIII mandó consignar todas estas
gracias en el Breviario Romano. Y por último, León XIII, en nuestros tiempos
tan turbulentos para la Iglesia, y ante el desencadenamiento espantoso de males
que desde tanto tiempo nos abruman, no se cansó de excitar vivamente en
numerosas Cartas Apostólicas, a todos los fieles del mundo, a la devoción al
Rosario de María, recomendándoles en especial que lo rezaran durante el mes de
octubre. Elevó, además, esta Fiesta a un grado superior; añadió a las Letanías
Lauretanas la invocación: “Reina del Sacratísimo Rosario”, y concedió por
último a la Iglesia Universal un Oficio propio para la misma Solemnidad.
Honremos, pues, sin cesar a la
Santísima Madre de Dios con esta devoción que tanto le place; y ella que tantas
veces, al ser invocada con confianza por los fieles de Cristo mediante el
Rosario, nos ha conseguido ver humillados y anonadados a nuestros enemigos de
la tierra, nos obtendrá asimismo el triunfo sobre los del infierno.
Del Oficio de
Maitines,
del “Breviario
Romano”
(Gubianas-1940)