Cuarta Aparición
Domingo, 19 de agosto, en los Valinhos
(La aparición no se realizó el día 13 en Cova de Iría
porque el Administrador del Concejo apresó y llevó a Vila Nova de Ourem a los
pastorcitos con la intención de obligarles a revelar el secreto. Los tuvo
presos en la Administración y en el calabozo municipal)
Les ofreció los más valiosos presentes si descubrían el
secreto. Los pequeños videntes respondieron:
-No lo decimos ni aunque nos den el mundo entero.
Los encerró en el calabozo. Los presos les aconsejaron:
-Pero decid al Administrador ese secreto. ¿Qué os importa
que esa Señora no quiera?
-¡Eso no –respondió Jacinta con vivacidad-, antes quiero
morir!
Y los tres niños rezaron con aquellos infelices el
rosario, delante de una medalla de Jacinta colgada de la pared.
El Administrador, para amedrentarlos, mandó preparar una
caldera de aceite hirviendo en la cual amenazó asar a los pastorcitos si no
hacían lo que les mandaba. Ello, aunque pensaban que la cosa iba en serio,
permanecieron firmes sin revelar nada. El día 15, fiesta de la Asunción, los
llevó por fin a Fátima.
Habiendo ya contado lo que sucedió en este día, pasaré a
hablar de la aparición que, según mi opinión, tuvo lugar el día 15 por la
tarde. Como todavía no sabía contar los días del mes, puede ser que me
equivoque. Pero tengo la idea de que fue el mismo día en que volvimos de Vila
Nova de Ourem.
Estuvimos con las ovejas en un lugar llamado Valinhos,
Francisco y su hermano Juan, acompañándome. Sintiendo que algo sobrenatural se
aproximaba y nos envolvía, sospechando que Nuestra SEÑORA nos venía a aparecer
y teniendo pena de que Jacinta quedaba sin verla, pedimos a su hermano Juan que
fuese a llamarla. No quería ir, y le ofrecí dos veintenos y allá se fue
corriendo. Entretanto, Francisco y yo vimos el reflejo de luz que llamábamos relámpago y al instante
de llegar Jacinta vimos a la SEÑORA sobre una encina.
-¿Qué es lo que quiere usted?
-Deseo que sigáis yendo a Cova de Iría en los días 13,
que sigáis rezando el rosario todo los días. El último mes haré el milagro para
que todos crean.
-¿Qué es lo que quiere usted que se haga con el dinero
que la gente deja en Cova de Iría?
-Hagan dos andas, una para ti y Jacinta, para llevarla
con dos chicas más vestidas de blanco y otra que la lleve Francisco con tres
niños más. El dinero de las andas es para la fiesta de Nuestra SEÑORA del
Rosario, y lo que sobre es para ayuda de una capilla que se debe hacer. (Andas
usadas en Fátima y otros lugares no son para transportar imágenes, sino para
recoger ofertas en dinero y en género)
-Yo quisiera pedirle la curación de algunos enfermos.
-Sí, a algunos los curaré durante el año.
Y tomando un aspecto muy triste, la Virgen añadió:
-Rezad, rezad y haced sacrificios por los pecadores,
porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique por ellas.
Y la Señora comenzó a subir como de costumbre hacia
Oriente.
Quinta Aparición
Jueves, 13 de septiembre
Al aproximarse la hora fui a Cova de Iría con Jacinta y
Francisco entre numerosas personas (unas treinta mil) que nos dejaban andar con
dificultad. Los caminos estaban apiñados de gente; todos nos querían ver y
hablar, allí no había respetos humanos. Mucha gente del pueblo, y hasta
señoras y caballeros, consiguiendo
romper por entre la muchedumbre que alrededor nuestro se agolpaba, venían a
postrarse de hinojos delante de nosotros pidiendo que presentásemos sus
necesidades a Nuestra Señora. Otros, no consiguiendo llegar junto a nosotros,
clamaban de lejos. Uno de ellos:
-¡Por el amor de Dios, pidan a Nuestra Señora que me cure
a mi hijo, que está impedido!
Otro:
-Que me cure el mío, que es ciego.
Otro:
-El mío, que es sordo.
-Que me triga a mi marido o mi hijo, que están en la
guerra; que convierta a un pecador, que me dé salud, que estoy
tuberculoso, et cétera.
Allí aparecían todas las miserias de la pobre humanidad y
algunos gritaban subidos a los árboles y a las tapias con el fin de vernos
pasar. Diciendo a unos que sí, dando la mano a otros para ayudarles a
levantarse del polvo de la tierra allá íbamos abriendo camino entre la
muchedumbre. Ahora cuando leo estas escenas encantadoras del Nuevo Testamento,
del paso de Nuestro Señor por Palestina, pienso en nuestros pobres caminos y
sendas de Ajustrel, Fátima y Cova de Iría, y doy gracias a Dios ofreciéndole la
fe de nuestra buena gente portuguesa. Y pienso si ellos podían humillarse como
lo hicieron ante tres pobres niños, sólo porque eran agraciados de hablar a la
Madre de Dios, ¿qué no harían si pudieran ver a Nuestros Señor mismo en persona
delante de ellos?
Bien, esto no tiene que ver con la materia, era una
distracción de mi pluma que me llevaba a parte donde yo no quería una inútil
divagación. No lo arranco para no estropear el cuaderno.
Por fin llegamos a Cova de Iría y al alcanzar la encina
comenzamos a decir el rosario con la gente. Un poco más tarde vimos el reflejo de
luz a acto seguido, sobre la encina, a Nuestra Señora, que dijo:
-Continuad rezando el rosario para alcanzar el fin de la
guerra. En octubre vendrá también
Nuestro Señor, Nuestra Señora de los Dolores y del Carmen, San José con el Niño
Jesús para bendecir al mundo. Dios está contento con vuestros sacrificios, pero
no quiero que durmáis con la cuerda puesta; llevadla sólo durante el día.
-Me han pedido para suplicarle muchas cosas: la curación
de algunos enfermos, de un sordomudo, et cétera.
-Sí, a algunos los curaré, pero a otros no. En octubre
haré el milagro para que todos crean.
Y comenzó a elevarse, desapareciendo como de costumbre.
(Los niños tomaron muy a pecho las palabras de la Virgen
en agosto, que pedía sacrificios por los pecadores. Uno de los sacrificios más
dolorosos era el de la cuerda que cada uno de ellos llevaba atada a la cintura.
Tanto las hacía sufrir, que Jacinta a veces hasta lloraba con la violencia del
dolor. La Virgen las dijo con solicitud maternal que de noche no usaran la cuerda
para poder disfrutar del reposo necesario. Otros sacrificios eran no comer la
merienda, que preparaban entre los pobres. Dejaban los higos y las uvas.
“Teníamos lo costumbre de ofrecer de vez en cuando el sacrificio de pasar una
novena o un mes sin beber. Hicimos una vez este sacrificio en pleno de agosto,
en que el calor era sofocante” Mayores todavía eran los sacrificios que les
exigía la misión que la Virgen les encomendara: las vejaciones, la curiosidad y
molestias de la gente, sus interminables visitas y preguntas, la persecución y
la prisión, y por fin la larga enfermedad de Francisco y, sobre todo, de
Jacinta a la cual varias veces visitó la Virgen, previniéndola que moriría
solita, después de sufrir mucho)
Sexta Aparición
Sábado, 13 de octubre
Salimos de casa bastante pronto, contando con las demoras
del camino. Había gente en masa (70.000 personas), bajo una lluvia torrencial.
Mi madre, temiendo que fuese aquel el último día de mi vida, con el corazón
traspasado por la incertidumbre de lo que podía ocurrir, quiso acompañarme. Por
el camino, las escenas del mes pasado, más numerosas y conmovedoras. Ni el
barro de los caminos impedía a la gente arrodillarse en actitud de suplicante.
Llegados a Cova de Iría, junto a la encina, llevada de un
movimiento interior, pedí al pueblo que cerrasen los paraguas para rezar el
rosario. Poco después vimos el reflejo de luz y en seguida a la Virgen sobre la
encina.
-¿Qué es lo que usted quiere?
-Quiero decirte que hagan aquí una capilla en honor mío, soy
la Señora del Rosario, que continúen rezando el Rosario todos los días. La
guerra está acabándose y los soldados volverán pronto a sus casas.
-Tenía muchas cosas que pedirle: si curaba a unos
enfermos, si convertía a unos pecadores, et cétera.
-Unos, sí; otros, no. Es preciso que se enmienden; que
pidan perdón de sus pecados.
Y tomando aspecto más triste dijo:
-Que no ofendan
más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido
Y abriendo sus manos las hizo reflejar en el sol, y en
cuanto se elevaba continuaba el brillo de su propia luz proyectándose en el
sol.
He aquí el motivo por el cual exclamé que mirasen al sol.
Mi motivo no era llamar la atención del pueblo, pues ni siquiera me daba cuenta
de su presencia. Fui inducida para ello por un impulso interior.
(Se da entonces el milagro del sol prometido tres meses
antes, como prueba de la verdad de las apariciones de Fátima. La lluvia cesa y
el sol por tres veces gira sobre sí mismo. Lanzando a todos los lados fajas de
luz de varios colores: amarillo, lila, anaranjado y rojo. Parece a cierta
altura desprenderse del firmamento y caer sobre la muchedumbre. Al cabo de diez
minutos de prodigio toma su estado normal. Entretanto, los pastorcitos eran
favorecidos por otras visiones)
Desaparecida Nuestra Señora en la inmensidad del
firmamento, vimos al lado del sol a San José con el Niño Jesús y a Nuestra
Señora vestida de blanco con un manto azul. San José con el Niño parecía
bendecir al mundo, pues hacían con las manos unos gestos en forma de cruz.
Poco después, pasada, esta Aparición, vi a Nuestro Señor
y a Nuestra Señora, que me daban sensación de ser la Virgen de los Dolores.
Nuestro Señor parecía bendecir al mundo de la misma forma que San José. Se
disipó esta Aparición y me parecía ver todavía a Nuestra Señora en forma
semejante a Nuestra Señora del Carmen.
He aquí la historia de las Apariciones de Nuestra Señora
en Cova de Iría en 1917.