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Acógeme, ¡oh
María!, junto a la Cruz, para vivir en unión contigo la Pasión de tu Hijo
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La primera declaración explicita de la parte que María
Santísima había de tener en la Pasión de Jesús, la encontramos en la profecía
del viejo Simeón: “una espada atravesará tu alma” (Lc. 2, 35); profecía que se
realizó plenamente en el calvario. “Sí, ¡oh Madre bienaventurada! –comenta San
Bernardo-; verdaderamente una espada ha traspasado tu alma. Porque solamente
pasando por tu alma pudo llegar a la carne de tu Hijo. Cuando después de haber
entregado Jesús su espíritu. La lanza cruel abrió su costado, ciertamente,
aquella lanza no llegó a su alma, pero traspasó la tuya; porque el alma de
Jesús ya no estaba allí, pero la tuya no podía separarse de Él. Interpretación
hermosísima que expresa cómo María, en cuanto Madre, fue asociada íntimamente a
la Pasión del Hijo.
El Evangelio no nos dice si María estuvo presente en los
momentos gloriosos de la vida de Jesús, pero sí nos la describe presente en el
calvario: “Estaban junto a la cruz de Jesús su Madre… y María, la de Cleofás, y
María Magdalena” (Jn. 19, 25). Nadie pudo impedirle que fuese al lugar donde su
Hijo había de ser ajusticiado; su amor la dio energías para estar allí,
derecha, de pie junto a la cruz; para asistir a la dolorosísima agonía y muerte
de aquel a quién amaba sobre todas las cosas, pues era al mismo tiempo su Hijo
y su Dios. Del mismo modo que un día acepto ser su Madre, así ahora acepta que
una muerte cruel se lo arranque de sus manos.
Y no sólo acepta, sino que ofrece. Jesús había ido
espontáneamente a la Pasión, y María ofrece voluntariamente su Hijo para gloria
de la Santísima Trinidad y salvación de los hombres. El sacrificio de Jesús es
por eso al mismo tiempo el sacrificio de María, no solamente porque María
ofrece con Jesús y en Jesús a su Hijo, sino porque con este ofrecimiento la
Virgen realiza el holocausto más completo que pueda hacer de sí misma, pues
ofrece a Jesús que es el centro de todos sus afectos, de toda su vida. El mismo
Dios, que le había dado aquel Hijo Divino, ahora se lo pide sobre el calvario,
y María se lo ofrece con todo el amor de su corazón, con la más entera
conformidad a la Voluntad Divina.
¡Oh María, Madre
Santa de Jesús Crucificado! Cuéntame alguna cosa de su Pasión, porque, entre
todos los que estuvieron presentes fuiste Tú quién más la sintió, y quién mejor
la vio, porque la mirabas con los ojos del cuerpo y de la mente, porque la
considerabas con toda atención, pues nadie amaba más que Tú a Jesús (Beata
Ángela de Foligno)
¡Oh María! Déjame
estar contigo junto a la cruz; déjame contemplar a tu lado la Pasión de tu
Jesús; déjame tomar parte en tu dolor, en tu llanto. ¡Oh Madre Santa! Imprime
profundamente en mi corazón la llagas del Crucificado, déjame sufrir con Él,
asociándome a vuestro padecer, al de Jesús y al tuyo” (Stabat Mater)