SU CORONACIÓN EN
EL CIELO
La entrada en el Cielo.- Mira a todos los cortesanos del Cielo
correr a porfía a contemplar a la nueva Reina y al verla tan hermosa, unos a
otros se preguntarían: “¿quién es esta
que del desierto del mundo, lugar de abrojos y espinas, se levanta a estas
alturas, no sostenida por manos de ángeles, sino apoyada en los brazos del
mismo Dios?”. Y otros responderían: “es
la Madre de nuestro Dios y de nuestro Rey, la Santa de los santos, la Pura, la
Inmaculada, la obra más hermosa de la creación entera, la que va a ser coronada
como Reina nuestra”.
Escucha cómo entonces, tomando
todos en sus bocas angélicas las palabras del Arcángel San Gabriel,
responderían en un coro unísono, formidable, que haría temblar de emoción y
entusiasmo al Cielo todo, diciéndole: “Dios
te salve, la llena de gracia, bienvenida seas a esta gloria a llenarla con tu
hermosura y santidad, porque Tú siempre estás con Dios y Dios siempre contigo;
por eso, eres la bendita entre todas las criaturas y vas ahora a sentarte en el
trono más alto, el más cerca que puede existir junto a Dios”.
Únete a los ángeles, alégrate
con ellos más que ellos aún, pues si ellos la llaman Reina, tú la puedes llamar
Madre y ten un santo orgullo al ver así a tu Madre, más espléndida que la
aurora, más bella que la luna, más clara y brillante que el sol, temible como
un ejército en orden de batalla, aclamada por todas las jerarquías de coros
angélicos, al verla así entrar en la gloria.
La Coronación.- Todo esto, con ser tan hermoso, no era al fin más
que la entrada, ya que la gran apoteosis se verificó cuando el Dios del Cielo,
saliendo a su encuentro, la invita a sentarse en el Trono que a su dignidad de
Madre de Dios correspondía y a ser Coronada como Reina. “Ven y serás Coronada”, le diría con la Corona preparada desde la
eternidad. Recuerda las palabras de San Pablo cuando hablando del Cielo, decía
que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el
corazón del hombre podía llegar a comprender lo que Dios tenía preparado para
los que le aman”
Pues, ¿quién podrá llegar a
imaginarse lo que tendría preparado para la que desde el primer instante de su
Concepción, ya le amó más que todos los santos y ángeles juntos? Escucha la
respuesta que a esto da la Iglesia, cuando dice: “Fue exaltada sobre todos los coros de los ángeles”. De suerte que
no haya trono más elevado que el suyo, constituyendo por sí sola, una jerarquía
aparte, la más grande, la más sublime de todas, la que más gloria ha de dar a
Dios por toda la eternidad.
Piensa, además, que Dios da el
premio según los méritos, que conforme sea el grado de santidad de un alma, así
será el de la gloria y abísmate en el mar sin fondo, verdaderamente inmenso,
para nosotros inconmensurable e infinito de las gracias y méritos de la
Santísima Virgen y así te podrás dar una idea de la inmensidad e infinidad
también inconmensurable de su Gloria en el Cielo. Mírala modestísima, recogida
en su interior, avanzar de la mano de Dios, subir las gradas de su Trono,
sentarse en él, y allí ser Coronada por el Padre, con la Corona de potestad;
por el Hijo, con la Corona de sabiduría y por el Espíritu Santo, con la Corona
de amor.
Mírala coronada por la pureza
más que angélica de su Corazón, de su espíritu, de su cuerpo Inmaculado; por la
obediencia más perfecta, por la humildad más profunda; en fin por aquella su
caridad ardiente que la hizo vivir y morir de amor de Dios.