María, Regína Angelórum, Reina de los Ángeles.- Este grandioso
título puede lógicamente vinculado a la maternidad de María, es decir a la
venida del Espíritu Santo sobre Ella en Nazaret, después del mensaje que le
llevó el Ángel San Gabriel, y al nacimiento de Nuestro Señor en Belén. Por ser
madre de Jesús está más cerca de Él que ningún ángel, y aun que los mismos
serafines, que le rodean y exclaman sin cesar: “Santo, Santo, Santo.”
Los dos Arcángeles, que en el
Evangelio desempeñan un oficio especial, son San Miguel y San Gabriel, y los
dos fueron asociados con María a la historia de la Encarnación: San Gabriel,
cuando el Espíritu Santo descendió sobre Ella, y San Miguel cuando nació el
divino Niño.
San Gabriel la saludó “llena
de gracia” y “bendita entre todas las mujeres”, y le anunció que el Espíritu
Santo descendería sobre Ella, y que daría al mundo un Hijo, que sería llamado
Hijo del Altísimo.
Es en el Apocalipsis, escrito
por el Apóstol San Juan, donde leemos lo que concierne al ministerio de San
Miguel con María, al nacer su divino Hijo. Sabemos que nuestro Señor vino para
establecer el reino de Dios entre los hombres. Apenas nacido, las potencias de este
mundo, que querían aniquilarlo, intentaron el primer asalto. Herodes buscó la
manera de quitarle la vida, pero San José, llevándoselo con su Madre a Egipto,
frustró este designio. San Juan nos dice, en el Apocalipsis, que San Miguel y
sus Ángeles fueron en aquella ocasión, y también en otras, los verdaderos
guardianes del Niño y de la Madre.
En primer lugar, vio el
Apóstol “una gran señal en el cielo” (entendiendo aquí por cielo la Iglesia o
el reino de Dios), “una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y
una corona de doce estrellas sobre su cabeza”; y cuando iba a dar al mundo su
Hijo, “un gran dragón rojo”, es decir, el espíritu del mal, “apareció, presto a
devorarlo” después de haber nacido. El Hijo fue preservado por su propio poder
divino, pero el espíritu del mal persiguió a la Mujer; San Miguel y sus Ángeles
acudieron en su auxilio y salieron victoriosos.
“Hubo allí un gran combate”,
dice el escritor sagrado; "Miguel y sus Ángeles lucharon con el dragón, y el
dragón ayudado de sus ángeles; y este dragón fue arrojado fuera, él que es la
serpiente antigua, llamada diablo” Ahora, como entonces, la Bienaventurada
Madre de Dios tiene ejércitos de Ángeles a su servicio y siempre es su Reina.
John Henry, Cardenal, Newman
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