El que sea pequeño, venga a Mí (Prov., 9,4). María llama a todos los pequeñuelos que necesitan madre, invitándolos a recurrir a Ella, como a la más amorosa de todas las madres. Dice el devoto Nieremberg que el amor de todas las madres es sombra si se compara con el amor que María tiene a cada uno de nosotros. ¡Madre mía, Madre de mi alma!, que tanto me amáis y, después de Dios, deseáis mi salvación más que nadie: mostrad que sois Madre.
¡Oh Santísima y Amabilísima María!, los labios no pueden pronunciar vuestro nombre sin que el corazón se sienta totalmente inflamado en amor hacia Vos. Y todos los que os aman no pueden pensar en Vos sin sentirse animados a amaros cada vez más. ¡Oh Soberana nuestra!, fortificad nuestra debilidad, obtened las gracias de ánimo y fervor. ¿Quién más indicado para hablar en favor nuestro a nuestro Dios y vuestro, sino Vos misma, que gozáis tan de cerca de su Divina presencia? Hablad en favor nuestro, ¡oh Reina nuestra! Hablad, porque vuestro Divino Hijo os escucha, y obtendréis infaliblemente todo lo que pidáis para nosotros. Pero la grande, la principal gracia que sobre todo imploramos pidáis a este Hijo queridísimo, es el amarle con todo nuestro corazón en este mundo, para tener la dicha de amarle eternamente en el cielo. Así sea.
San Bernardo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.