Estuvo llena para sí. Cuanto
más se acerca algo al principio en un género cualquiera, tanto más participa el
efecto de este principio. Por esta razón dice Dionisio que los Ángeles, que
están más cerca de Dios, participan más que los hombres de las bondades divinas.
Ahora bien, Cristo es el principio de la gracia, por su propia potencia como
Dios, como hombre e instrumentalmente.
Por eso dice San Juan (1, 17):
Mas la gracia y la verdad fueron hechas por
Jesucristo; y como la Bienaventurada Virgen fue la más cercana a Cristo según
la humanidad, pues de ella recibió la naturaleza humana, por esta razón debió
obtener de Cristo mayor plenitud de gracia que los demás.
Efectivamente la Beata Virgen
recibió las tres perfecciones de la gracia. La primera como dispositiva, por la
cual se hacía apta para ser Madre de Dios; la segunda perfección le vino por la
presencia del Hijo de Dios encarnado en su seno; la tercera, la perfección
final que posee en la gloria.
Es evidente que la segunda
perfección es más principal que la primera, y la tercera más que, la segunda en
orden para el bien; pues primeramente, en su santificación, alcanzó la gracia
que la inclinaba al bien; en la concepción del Hijo de Dios se consumó la
gracia por la cual fue confirmada en el bien; y en su glorificación, llegó a la
consumación de la gracia porque se perfeccionó en el goce de todo bien.
También estuvo llena para los
demás. Dios da a cada uno la gracia que necesita para cumplir su misión. Y
puesto que Cristo, en cuanto hombre, fue predestinado y elegido para ser Hijo
de Dios en la virtud de santificar, le fue propio tener tal plenitud de gracia
que redundase en todos, según aquello: Y
de su plenitud recibimos nosotros todos (Jn 1, 16). En cuanto a la Beata
Virgen María, ella obtuvo tan gran perfección de gracia que ha sido puesta lo
más cerca del autor de la gracia; por lo mismo ha recibido en sí al que está
lleno de toda gracia, y, dándole a luz, ha desbordado en cierto modo la gracia
sobre todos.
Es indudable que la Bienaventurada
Virgen recibió de un modo eminente el don de sabiduría, la gracia de los
milagros, y también el don de profecía; mas no recibió esos dones para que tuviese
el uso total de esas y de otras gracias semejantes, como lo tuvo Cristo, sino
en cuanto lo exigía su condición.
Poseyó, en efecto, el
ejercicio del don de sabiduría en orden a la contemplación, conforme a aquello:
Pero María guardaba todas estas cosas, ponderándolas
en su corazón (Lc 2, 19). Más no usó de la sabiduría para enseñar, porque
esto no convenía al sexo femenino.
Tampoco le convenía hacer
milagros durante su vida, porque en ese tiempo la doctrina de Cristo debía ser
confirmada con milagros, y por esto a solo Cristo y a sus discípulos, que eran
portadores de la doctrina de Cristo, convenía el hacerlos. Por esa razón se dice
también que San Juan Bautista (Jn 10, 41) no
hizo ningún milagro, a fin de que todos se encaminasen hacia
Cristo.
Tuvo, empero, el uso de la
profecía, como se ve en el cántico que compuso: Mi alma engrandece al Señor.
Santo Tomás de Aquino
MEDULLA S. THOMAE
AQUITATIS PER OMNES ANNI LITURGICI
DIES DISTRIBUITA,
SEU MEDITATIONES
EX OPERIBUS S. THOMAE DEPROMPTAE