Existen
enfermedades por las que la Virgen siente todavía mayor compasión: las del
alma. En efecto, cuántos cristianos enfermos hay, cuya alma es débil en la fe,
en la piedad, en el fervor; que tienen una vida espiritual lánguida; que llevan
consigo todas las características de la tibieza, y que pronto pueden caer en
las profundidades del abismo. Pues bien, principalmente por esas almas es por
las que María se complace en interceder ante su Hijo, y cuyas oraciones y
gemidos Ella tiene más satisfacción en atender.
Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!
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