Así pues, que sabios e ignorantes,
justos y pecadores, grandes y pequeños, alaben y saluden noche y día a Jesús y
María con el Santo Rosario
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A ustedes, queridos niños, les
ofrezco un hermoso capullo de rosas: el granito de su Rosario, que les parece
tan insignificante. Pero... ¡Oh! ¡Qué grano tan precioso! ¡Qué capullo tan
admirable! y ¡cómo se desarrollará, si recitan devotamente el Avemaría! Quizás
sea mucho pedirles que recen un Rosario todos los días. Recen, por lo menos,
una tercera parte, con devoción. Será una linda diadema de rosas que colocarán
en las sienes de Jesús y de María. ¡Créanmelo! Escuchen ahora y
recuerden esta hermosa historia.
Dos niñitas, hermanas, estaban
a la puerta de su casa recitando el Rosario devotamente. Se les aparece una hermosa
Señora, que acercándose a la más pequeña -de sólo seis años- la toma de la mano
y se la lleva. La hermana mayor, llena de turbación, la busca y no habiendo
podido hallarla, vuelve a casa llorando y diciendo que se habían llevado a su
hermana. El padre y la madre la buscan inútilmente durante tres días. Pasado
este tiempo, la encuentran en la casa con el rostro alegre y gozoso. Le
preguntan de dónde viene. Ella responde que la Señora a quien rezaba el Rosario
la había llevado a un lugar hermoso, y le había dado a comer cosas muy buenas y
había colocado en sus brazos un bellísimo Niño a quien había cubierto de besos.
El padre y la madre, recién convertidos a la fe, llaman al padre Jesuita que
les había instruido en ella y en la devoción del Rosario, y le relatan lo que
había pasado. El mismo nos lo contó. Ocurrió en el Paraguay
Imiten, queridos niños, a
estas fervorosas niñas. Recen todos los días la tercera parte del Rosario y
merecerán ver a Jesús y a María, si no durante esta vida, sí después de la muerte
durante la eternidad. Amén.
Del “Secreto Admirable del Santo Rosario”,
de San Luis María Grignión de Montfort