SE REDUCE UN OBSTINADO A CONFESARSE LUEGO QUE VISTE EL SANTO ESCAPULARIO
|
Besando tu Santo Escapulario, besamos tu sacramental, signo expresivo de nuestra total consagración a tu Inmaculado Corazón |
Había un opulento comerciante (dice Fr. Juan Bonet), que
engolfado todo en sus lucros y ganancias ilícitas, con el afán y solicitud de
aquéllos a quien el deseo de aumentarlas trae siempre inquietos, el temor a
perderlas, desvelado, y el dolor de dejarlas, taciturnos y macilentos; uno de
éstos que por aumentar sus intereses andan noche y día molidos y fatigados,
mas, tan ciegamente divertidos, que todo cuanto no sea esto no es para ellos
descanso, pues no lo tienen por medro. Este infeliz, esclavo del oro y de la
usura, arrastraba una vida misérrima. Y como la salud corporal es delgado y
sutil viento que con facilidad se torna o se muda, nave que, cuando más
próspera navega, tropieza en el escollo de una mortal enfermedad, enfermó el
infeliz corporalmente, mas fue para recobrar la salud del espíritu. Fue
creciendo su enfermedad hasta ponerle en tal situación en que aun el más
distraído y necio solicita el morir como un buen cristiano. Pero no lo fue así
en nuestro hombre, pues con la dolencia creció en él la obstinación, siendo su
corazón cual roca granítica contra la que se estrellaron todas las persuasiones
y amonestaciones.
Cierto día, su amante esposa, mujer piadosísima,
advirtiendo tan cercana su muerte como viva y pertinaz su obstinación,
acariciando sus durezas con palabras por demás suaves y amorosas le dijo:
"¿No te he de deber siquiera que vistas el Santo Escapulario de la Virgen,
en el que yo tengo tanta fe, a fin de que la Santísima Virgen te conceda la
salud?" A lo cual le respondió malhumorado el infeliz: "Todo cuanto
no sea el confesarme ya sabes que te lo concedo. La piadosa mujer, que era
devotísima de la Santísima Virgen, y que llevaba con sumo fervor su Santo
Escapulario desde muy niña, viendo un rayo de luz y de esperanza en tal condescendencia,
envió sin tardanza a buscar a un Padre Carmelita para que viniese a imponérselo
y explicarle los privilegios vinculados a él por la Santísima Virgen. Al punto
que lo recibió y sintió sobre su pecho su amorosa caricia, lo besó con suma
ternura y respeto y al punto comenzó a decir, entre humilde, confuso y
contrito: "Confesión, padre mío, deseo que me absolváis".
¡Oh, mutación extraña y prodigiosa, ella misma nos dice
que no pudo ni puede proceder sino de la diestra amorosa del Excelso!
Hizo una ferviente confesión; recibió con grandes
muestras de piedad los últimos Sacramentos, y el tiempo que le restó de vida lo
empleó en fervorosos actos de amor a Dios y en ordenar cuanto se debía
restituir de todo lo mal habido o adquirido durante su vida de comerciante,
dando ejemplo, como Zaqueo, de generosidad y de grandeza de alma.
Se conmovió con la novedad todo el pueblo, y fueron
innumerables los que asistieron a su sepelio, así de la ciudad como de los
pueblos circunvecinos. Al entrar el féretro en la iglesia, como era costumbre
en los pasados siglos, se oyó de súbito un horrísono y espantoso trueno, que
dejó a todos los circunstantes atemorizados y confusos, al par que unas voces
lastimeras y pavorosas repetían de vez en cuando, por los aires: "¡Oh,
Escapulario del Carmen, cuántas almas nos arrebatas y de cuantos moradores
privas al infierno!" ¡Ah, infernales furias, gemid oprimidas por tan santo
yugo; publique, aunque violenta, vuestra infernal soberbia que su virtud os
abate y refrena vuestro orgullo, para gloria de la Virgen Santísima, nuestra
dulce Madre, que así favorece a sus devotos hijos!
Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O.C.D.
Sí; Virgen amada del Carmen: nosotros queremos ver en tu Escapulario, memorial tuyo, un espejo de humildad y castidad. Virtudes que, como preciosas joyas, tanto aman y tan fielmente guardan y cultivan quienes, por tu Santo Escapulario, se consagran y reconocen hijos tuyos.