Sin la humildad, la misma virginidad de María habría desagradado a Dios |
Si te es imposible imitar el
candor y la belleza de María —dice San Bernardo— imita al menos su humildad.
Una virtud verdaderamente gloriosa es la virginidad, pero no es necesaria como
la humildad; la primera nos fue propuesta bajo la forma de una invitación
“quien pueda entender que entienda”; la segunda nos fue impuesta como un
precepto absoluto: “Si no os hiciereis como niños no entraréis en el reino de
los cielos” la virginidad será premiada, pero la humildad no es exigida sin la
virginidad podemos salvarnos, pero sin la humildad es imposible la salvación.
Sin la humildad, la misma virginidad de María habría desagradado a Dios. Agradó al Señor María por su virginidad; pero llegó a ser madre por su humildad.
Las cualidades y las dotes más
hermosas, hasta la penitencia, la pobreza, la virginidad, el apostolado, la
misma vida consagrada a Dios, incluso el sacerdocio, son estériles e infecundas
sino están acompañadas por una humildad sincera; más aún, sin la humildad
pueden ser un peligro para el alma que las posee. Lucifer era casto, pero no
era humilde, y el orgullo fue su ruina. Cuanto más encumbrado es el puesto que
ocupamos en la viña del Señor, cuanto más elevada es la vida de perfección
que profesamos, cuanto más importante es
la misión que Dios nos ha confiado, más necesidad tenemos de vivir fuertemente
radicados en la humildad. Así como la maternidad de María fue el fruto de su
humildad –humilitate concepit-, del
mismo modo la fecundidad de nuestra vida interior, de nuestro apostolado,
dependerá y estará en proporción con la humildad.
En efecto, sólo Dios puede
realizar en nosotros y por medio de nosotros obras maravillosas, pero no las
hará si no nos ve sincera y profundamente humildes. Sólo la humildad es el terreno fértil y apto para que
fructifiquen los dones del Señor; por otra parte siempre será la humildad quien
haga descender sobre nosotros la gracia y los favores de Dios. «No hay nada
—dice Santa Teresa— que así le haga rendir como la humildad; ésta le trajo del
cielo en las entrañas de la Virgen» (Camino, 16, 2)