Quia Surrexit Dominus vere, alleluia!!! |
Una alegría tan grande y tan
viva, que fue milagro de Dios que la Virgen no muriera sin poderlo resistir.
Una alegría espiritual y divina, de la que no se saciaba el alma de María,
semejante a la del Cielo, que nunca llega a cansar.
Una compenetración más íntima
y profunda, que Dios le concedió, con si Divino Hijo, como premio a su
fidelidad y generosidad en el sacrificio; de suerte que sin llegar a
convertirse en Dios, fuera no obstante la participación más grande que de la
divinidad pudiera darse a una criatura.
Un conocimiento aún más claro,
una contemplación más sublime, de lo que era su Hijo y de la obra grandiosa de
la Redención. Sin duda, que Jesús le reveló entonces altísimos secretos, sus
planes y proyectos, su Ascensión a los Cielos después de unos días, la
fundación de si Iglesia y la parte que Ella debería tener en tal obra; en fin,
grandes secretos del Cielo y las muchas almas que ahora iban a entrar en él.
También tú te has de alegrar
con este grandioso triunfo de Cristo y con este gozo de tu Madre. Repítele la
felicitación de la Iglesia: Regina coeli
laetare, alleluia!. Pídele que te de alguna partecita de su felicidad, si
ahora no, al menos algún día en el Cielo y, en fin, no olvides que, según San
Pablo, de la Resurrección de Cristo hemos de sacar grande asco y hastío de las
cosas de la tierra, que ni pueden ni merecen llenar nuestro corazón.
Que busquemos lo de arriba,
que suspiremos por la otra vida, viviendo ahora despegados de ésta y que el
espíritu de fe, la vida de fe, sea la que sobrenaturalice todos nuestros actos,
para darles un valor que por sí mismos nunca tendrían y que de este modo
llegarán a constituir la gloria de nuestra corona en el Cielo.