“La imagen de Nuestra Señora de Fátima recuerda la última
intervención misericordiosa del Corazón de María para salvar a los hombres y a
las naciones”, decía el Cardenal Cerejeira, Patriarca de Lisboa. Y Pío XII
añadía: “Ha pasado la hora de discutir la realidad de las apariciones de
Fátima. Ha llegado ya el momento de aceptar sus enseñanzas”
En Fátima la Virgen ha hablado al mundo y nos ha revelado
su Corazón Doloroso e Inmaculado como arca de salvación, refugio y renovación
de las almas, como camino seguro y sencillo para llegar a Dios en estos tiempos
de tanto peligro y desorientación, a cambio tan sólo, así lo ha prometido
Nuestro Señor, de un amor sincero de entrega y de reparación por las ofensas a
su Corazón.
La historia de Fátima puede dividirse en tres capítulos,
tan enlazados como distintos entre sí: las apariciones del Ángel en 1916, las
apariciones de la Virgen desde mayo hasta octubre de 1917, y unas apariciones
complementarias en donde la Virgen viene a realizar lo que prometiera el 13 de
julio de 1917. Todo ello forma una unidad perfecta, en la que no es posible
separar unas cosas de las otras, ni en los hechos ni en el mensaje.
El mensaje de Fátima se resume en el Corazón Inmaculado
de María, elemento central y omnipresente en estas revelaciones.
Veamos qué gracias y perfecciones encierra este Corazón
que Dios ha creado para su gloria y nuestra salvación.
Las Apariciones del Ángel
Cuando se produjeron los sucesos de 1917 Lucía, de 10
años, y sus primos Francisco y Jacinta, hermanos de 9 y 7 años respectivamente,
guardaban ya un gran secreto: se les había aparecido un Ángel y les había
hablado tres veces.
El Ángel de Fátima dejaba en los niños un sentimiento
profundo de la Majestad de Dios ofendida, un sentimiento de reparación y deseo
vehemente de sacrificio por los pecadores, mostraba la íntima unión de los
Corazones de Jesús y María, y preparaba la manifestación del Corazón de la
Madre de Dios.
MEMORIAS DE LUCÍA
LAS APARICIONES DEL ÁNGEL DE LA PAZ
Primera Aparición del Ángel
No recuerdo exactamente los datos, puesto que en aquel
tiempo no sabía nada de años, ni de meses, ni tampoco de los días de la semana.
Me parece que debe haber sido en la primavera de 1916 que nos apareció el Ángel
por primera vez en nuestro “Loca de Cabeco”.
Como ya he escrito en el relato sobre Jacinta, subimos con el ganado el cerro
arriba en busca de abrigo, y después de haber tomado nuestro bocadillo y dicho
nuestras oraciones, vimos a cierta distancia, sobre la cúspide de los árboles,
dirigiéndose hacia el saliente, una luz más blanca que la nieve,
distinguiéndose la forma de un Joven transparente y más brillante que el
cristal traspasado por los rayos del sol. Al acercarse más pudimos discernir y
distinguir los rasgos. Estábamos sorprendidos y asombrados.
Al llegar junto a nosotros dijo:
-No temáis. Soy el Ángel de la Paz. ¡Orad conmigo!
Y arrodillado en tierra inclinó la frente hasta el suelo.
Le imitamos llevados por un movimiento sobrenatural y repetimos las palabras que
le oímos decir.
-Dios mío, yo
creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran,
no esperan y no te aman.
Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo:
-Orad así. Los Corazones de Jesús y de María están
atentos a la voz de vuestras súplicas.
Y desapareció.
La atmósfera sobrenatural que nos envolvió era tan densa
que casi no nos dábamos cuenta durante un largo espacio de tiempo de nuestra
propia existencia permaneciendo en la posición en que el Ángel nos había dejado
repitiendo siempre la misma oración. Tan íntima e intensa era la conciencia de
la presencia de Dios, que ni siquiera intentábamos hablar el uno con el otro.
Al día siguiente todavía sentimos la influencia de esa santa atmósfera que iba
desapareciendo sólo poco a poco.
No decíamos nada de esta aparición, ni recomendamos
tampoco el uno al otro guardar el secreto. La misma aparición parecía
imponernos silencio. Era de una naturaleza tan íntima, que no era nada fácil
hablar de ella. Tal vez por ser la primera manifestación de esta clase su
impresión sobre nosotros era mayor.
Segunda Aparición del Ángel
La segunda aparición tiene que haber ocurrido sobre mitad
de verano, cuando, debido al gran calor, llevamos los rebaños a casa hacia
mediodía para regresar por la tarde.
Pasamos las horas de la siesta en la sombra de los
árboles que rodeaban el pozo en la quinta llamada Arneiro, que pertenecía a mis
padres.
-De pronto vimos al mismo Ángel junto a nosotros.
-¿Qué estáis haciendo? ¡Rezad! ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los
Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia
¡Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!
-¿Cómo hemos de sacrificarnos? –pregunté.
-De todo lo que pidierais ofreced un sacrificio como acto
de reparación por los pecados con los cuáles Él es ofendido, y de súplica por
la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra patria la paz. Yo soy
el Ángel de su Guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad con
sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe.
Estas palabras hicieron una profunda impresión en
nuestros espíritus como una luz que nos hacía comprender quién es Dios, cómo la
agrada y cómo concede en atención a esto la gracia de conversión a los
pecadores. Por esta razón, desde ese momento, comenzamos a ofrecer al Señor
cuanto nos mortificaba no buscando jamás otros caminos de mortificación y
penitencia sino los de quedar durante horas con las frentes tocando el suelo,
repitiendo la oración que el Ángel nos enseñó.
Tercera Aparición del Ángel
Me parece que la tercera aparición debe haber sido en
octubre o finales de septiembre, porque ya no volvíamos a casa para el descanso
del mediodía. Como ya he escrito en el relato acerca de Jacinta, pasamos un día
desde Pregueira (un pequeño olivar propiedad de mis padres) a la cueva llamada
Lapa (Loca de Cabeco), caminando alrededor del cerro el lado que mira a
Ajustrel y Casa Velha. Allí decíamos nuestro rosario y la oración que el Ángel
nos enseñó en la primera aparición.
Estando allí apareció por tercera vez, teniendo en sus
manos un Cáliz, sobre el cual estaba suspendida una Hostia, de la cual caían
gotas de sangre al Cáliz. Dejando el Cáliz y la Hostia suspensos en el aire, se
postró en tierra y repitió tres veces esta oración:
Santísima Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el
Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos
infinitos de su Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María te pido la
conversión de los pobres pecadores.
Después, levantándose, tomó de nuevo en la mano el Cáliz
y la Hostia. Me dio la Hostia a mí y el contenido del Cáliz lo dio a beber a
Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo:
-Tomad el Cuerpo y bebed la Sangre de Jesucristo,
horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crimines y
consolad a vuestro Dios.
De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros hasta
por tres veces la misma oración: Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo… et cétera y desapareció.
Impulsados por la fuerza de lo sobrenatural que nos
envolvía imitamos al Ángel en todo, esto es, postrándonos nosotros como él y
repitiendo las oraciones que él decía. Tan intensamente sentimos la presencia
de Dios, que estábamos completamente dominados y absorbidos por ella. Parecía
que por un tiempo bastante largo estábamos privados de nuestros sentidos
corporales. Durante los días siguientes nuestras acciones estaban impulsadas
del todo por este poder sobrenatural. Por dentro sentíamos una gran paz y
alegría que dejaban el alma completamente sumergidas en Dios. También era
grande el agotamiento físico que nos sobrevino.
No sé por qué las apariciones de Nuestra Señora
producirían en nosotros afectos bien diferentes. La misma alegría íntima, la
misma paz y felicidad pero en vez de ese abatimiento físico, una cierta
agilidad expansiva; en vez de ese aniquilamiento en la divina presencia, un
exultar de alegría; en vez de esa dificultar en hablar, un cierto entusiasmo
comunicativo.