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Sólo María halló gracia delante de Dios |
Todo se reduce, pues, a encontrar un medio sencillo para
alcanzar de Dios la gracia necesaria para hacernos santos. Yo te lo quiero
enseñar. Y es que para encontrar la gracia, hay que encontrar a María.
Estas son las razones:
María encontró la gracia
Sólo María halló gracia delante de Dios (Lc 1,30), tanto para
sí como para todos y cada uno de los hombres, a diferencia de los patriarcas y
profetas y todos los santos del Antiguo Testamento, que no pudieron
encontrarla.
María es Madre de la gracia
María dio el ser y la vida humana al Autor de toda gracia.
Por esto se la llama la Madre
de la gracia.
María es llena de gracia
Dios Padre, fuente única de todo don perfecto y de toda
gracia, al darle su propio Hijo, le entregó a María todas las gracias. De
suerte que, como dice san Bernardo, en Cristo y con Cristo el Padre le ha
entregado hasta su propia voluntad.
María es la dispensadora de la gracia
Dios la escogió como tesorera, administradora y distribuidora
de todas sus gracias. De suerte que Él comunica su vida y sus dones a los
hombres, con la colaboración de María. Y, según el poder que Ella ha recibido
de Dios, en expresión de san Bernardino, reparte a quien quiere, como quiere,
cuando quiere y cuanto quiere de las gracias del Padre, de las virtudes del
Hijo y de los dones del Espíritu Santo.
María es Madre de los hijos de Dios
Así como en el orden natural, todo niño debe tener un padre
y una madre, del mismo modo, en el orden de la gracia, todo verdadero hijo de la Iglesia debe tener a Dios por
Padre y a María por Madre. Y quien se jacte de tener a Dios por Padre, pero no
demuestre para con María la ternura y el cariño de un verdadero hijo, no será
más que un impostor, cuyo padre es el demonio.
María es Madre de los miembros de Cristo
María ha formado a Jesucristo, Cabeza de los predestinados.
Ella debe, por tanto, formar también a los miembros de esta Cabeza que son los
verdaderos cristianos. Que una madre no da a luz la cabeza sin los miembros, ni
los miembros sin la cabeza. Por consiguiente, quien quiera ser miembro de
Jesucristo, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14), debe dejarse formar en María
por la gracia de Jesucristo. María está llena de la gracia de Jesucristo para comunicarla
en plenitud a los miembros verdaderos de Jesucristo, que son también hijos de
María.
María colabora con el Espíritu Santo
El Espíritu Santo se desposó con María, y en Ella, por Ella
y de Ella produjo su obra maestra que es Jesucristo, la Palabra encarnada. Y dado
que no la ha repudiado jamás, continúa produciendo todos los días a los
predestinados en Ella y por Ella, de manera real, aunque misteriosa.
María nos lleva a la madurez en Jesucristo
María ha recibido de Dios un dominio especial sobre los
predestinados para alimentarlos y hacerlos crecer en Jesucristo. San Agustín
llega a decir que en este mundo todos los predestinados se hallan encerrados en
el seno de María y que nacen definitivamente sólo cuando esta Madre bondadosa
los da a luz para la vida eterna. De modo que, así como un niño saca todo su
alimento de la madre, que se lo da proporcionado a su debilidad, del mismo modo
los predestinados sacan todo su alimento y fuerza espirituales de María.
María habita en los verdaderos cristianos
Dios Padre ha dicho a María: Hija mía, pon tu tienda en
Jacob; es decir, pon tu morada en mis predestinados, prefigurados en Jacob.
Dios Hijo ha dicho a María: Madre querida, entra en la
heredad de Israel; es decir, en mis elegidos.
Finalmente, Dios Espíritu Santo ha dicho a María: Echa raíces,
¡fiel Esposa mía!, en el pueblo glorioso es decir, en mis escogidos.
Por tanto, María habita en todos los elegidos y
predestinados. Está presente en sus corazones, y siempre que se lo permitan
echará en ellos las raíces de una profunda humildad, de una caridad ardiente y
de todas las virtudes.
María es el molde viviente de Dios
San Agustín llama a María molde viviente de Dios. Y, en
efecto, lo es. Quiero decir que sólo en Ella se formó Dios como hombre
perfecto, sin faltarle rasgo alguno de la divinidad, y que sólo en Ella se
transforma el hombre perfectamente en Dios por la gracia de Jesucristo, en
cuanto lo permite la naturaleza humana.
Los escultores pueden hacer una estatua o busto perfectos de
dos formas:
1ª atendiéndose a su pericia, a su fuerza, a su ciencia y a
la perfección de sus herramientas y trabajando sobre una materia dura e
informe.
2ª utilizando un molde. Largo, difícil y expuesto a muchos
tropiezos es el primer procedimiento: un golpe desafortunado de cincel o de
martillo, basta con frecuencia para echarlo a perder todo.
El segundo método, en cambio, es rápido, sencillo, suave, más
económico y menos fatigoso, siempre que el molde sea perfecto y represente con
exactitud la figura a reproducir y que la materia utilizada sea maleable y no oponga
resistencia a su manejo.
María es el molde maravilloso de Dios, hecho por el Espíritu
Santo para formar a la perfección a un Hombre-Dios por la encarnación y para
hacer al hombre partícipe de la naturaleza divina, mediante la gracia. María es
el molde en el cual no falta ni un solo rasgo de la divinidad. Quien se arroje
en él y se deje moldear, recibirá todos los rasgos de Jesucristo, verdadero
Dios. Y esto, en forma suave y proporcionada a nuestra debilidad, sin grandes
trabajos ni angustias, de manera segura, sin peligro de ilusiones, puesto que
el demonio no tuvo ni tendrá jamás entrada donde esté María; de manera santa e
inmaculada, sin rastro alguno de pecado.
Alma querida, hay una gran diferencia entre un cristiano
formado en Jesucristo por los medios corrientes y que, como los escultores, se
apoya en su habilidad personal, y otro enteramente dócil, desprendido y
disponible, que, sin apoyarse en sí mismo, confía plenamente en María para ser
plasmado en Ella por el Espíritu Santo. ¡Cuántas manchas, defectos, tinieblas,
ilusiones, resabios naturales y humanos hay en el primero! ¡Cuán purificado,
divino y semejante a Jesucristo es el segundo!
María es el paraíso de Dios
No hay ni habrá jamás creatura alguna, sin exceptuar a los
ángeles y santos del cielo, en donde Dios manifieste su gloria con tanta
perfección como en María. Ella es el paraíso de Dios, su mundo inefable, donde
el Hijo de Dios ha entrado para realizar obras portentosas, guardarlo y complacerse
en él.
Dios creó un mundo para el hombre peregrino: es la tierra; un
mundo para el hombre glorificado: es el cielo; un mundo para sí mismo: es
María.
Ella es un mundo desconocido a casi todos los mortales. Un
misterio impenetrable aun para los mismos ángeles y santos del cielo, que,
contemplando al Dios trascendente, lejano e inaccesible, tan escondido y oculto
en su mundo que es la excelsa María, exclaman día y noche con religioso estupor:
¡santo!, ¡santo!, ¡santo! (Is 6,3).
¡Feliz una y mil veces en esta vida, aquel a quien el Espíritu
Santo descubre el secreto de María, para que lo conozca!
¡Feliz aquel que puede entrar en este jardín cerrado y beber
a grandes tragos el agua viva de la gracia en esta fuente sellada!
En esta creatura amabilísima sólo se hallará a Dios: un
Dios, a la vez, infinitamente santo y trascendente, e infinitamente cercano y
al alcance de nuestra debilidad. Ciertamente Dios está en todas partes, hasta
en el infierno se le puede hallar. Pero en ningún sitio se le puede encontrar
tan cercano y al alcance de la debilidad humana como en María pues para esto
bajó a Ella. En todas partes es el Pan de los fuertes y de los ángeles; en
María, en cambio, es el Pan de los niños.
María facilita la unión con Dios
Que nadie se imagine, pues, como ciertos pretendidos iluminados,
que María -por el hecho de ser criatura constituya un obstáculo para la unión
con el Creador. Ya no vive María; Cristo, o mejor, Dios sólo, vive en Ella. Su
transformación en Dios supera a la de san Pablo y a la de los demás santos más
de cuanto se eleva el cielo sobre la tierra.
María se halla totalmente orientada hacia Dios y cuanto más
nos acercamos a Ella tanto más íntimamente nos une a El.
María es el eco portentoso de Dios. Que cuando alguien grita
“¡María!”, responde “¡Dios!”; y, cuando, con santa Isabel, la proclamamos
dichosa, responde glorificando a Dios.
Si los falsos iluminados, a quienes el demonio engaña tan miserablemente,
incluso en la oración, hubiesen encontrado a María, y por María a Jesús, y por
Jesús al Padre, no hubieran sufrido tan lamentables caídas. Una vez hayas encontrado
a María, y por María a Jesús, y por Jesús al Padre, habrás encontrado, como
dicen los santos, todos los bienes, sin excepción alguna, toda la gracia y
amistad de Dios, la plena seguridad contra los enemigos de Dios, la verdad
completa para combatir el error, la facilidad absoluta y la victoria definitiva
en las dificultades que hay en el camino de la salvación, la dulzura y el gozo
colmados en las amarguras de la vida.
María, consuelo en el sufrimiento
No quiere decir esto que cuando hayas encontrado a María por
una actitud de verdadero consagrado a Ella, vivas exento de cruces y
sufrimientos. ¡Al contrario! Tendrás que sufrir más que los demás. Porque
María, la Madre
de los vivientes, hace partícipes a sus hijos del Árbol de la vida, que es la
cruz de Jesucristo. Pero, al repartirles grandes cruces les comunica también la
gracia de cargarlas con paciencia y hasta con alegría. Ella, en efecto, endulza
las cruces que da a los suyos y las convierte, por decirlo así, en golosinas o
cruces almibaradas. Y si por algún tiempo estos amigos de Dios deben
necesariamente beber el cáliz de la amargura, el consuelo y la alegría que
reciben de su bondadosa Madre, después de la tristeza, les animan inmensamente
a cargar con cruces aún más pesadas y amargas.
"El Secreto de María", San Luis María Griñón de Montfort