¡Madre de misericordia, recuérdanos cada día, la Pasión de Jesús! |
EL SUEÑO DE MARTA
¡Cuánto había gozado Marta en el festival! Verdad es que
estaba fatigadísima y algo calenturienta, porque preciso es ser de bronce para
danzar hora tras hora sin sentir cansancio. De vuelta ya a su casa, estaba
Marta mirándose y remirándose al espejo sin acertar a quitarse el disfraz.
De pronto se acordó que no había rezado ni poco ni mucho
durante aquel día. Claro, ¿quién tiene tiempo de rezar pasándose todo el día
entre saraos y danzas? Por aquella vez dispensaría el Sagrado Corazón a su
celadora, y la Purísima
Virgen a la
Hija de María; ya rezaría mucho a la mañana siguiente durante
la Misa de doce.
Y al ir a acostarse con tales propósitos, alzó los ojos y distraídamente los
fijó en una hermosa imagen de la
Dolorosa que pendía cerca del lecho; y le pareció ver en la
mirada de María reconvención y angustia, y hasta le pareció que una lágrima
titilaba en los ojos de la
Virgen.
Agolparon se entonces en su imaginación ideas diversas:
pensó en Jesús crucificado, en la muerte, en el baile, en el infierno… Le
parecía que la santa imagen se salía del marco para pedirle estrecha cuenta de
su proceder en aquel día; y, espantada, se lanzó al lecho sin desvestirse, sin
apagar las bujías y, hecha un ovillo, se tapó la cabeza y todo. En medio de su
espanto, se preguntaba con temor: “¿Y si me muriese ahora?” Rendida de miedo,
sueño y cansancio, se durmió al fin, y soñó.
Soñó que una voz le decía: “¡Anda, camina!” Y anduvo, anduvo
mucho, hasta que rendida se sentó al borde de un camino.
En esto oyó voces y algazara, cantos y música, y ante ella
un tropel de gentes que le decían: “Tú eres de los nuestros, ven con
nosotros”.
-¿A dónde vais? – les preguntó.
-¡A la eternidad! – Gritaban-; y volvían a sus cantos y
piruetas locas.
Pasaron: dirigió ella su vista a lo lejos del camino y vio
un hombre agobiado por una enorme carga. ¡Y era una gran cruz lo que pesaba
sobre sus espaldas, y ceñía su cabeza una corona de punzantes espinas! ¡Era
Jesús! Jesús que, desde lejos, dirigía a Marta una mirada grave e imponente. Al
brillo de aquella tristísima mirada. Marta cayó de hinojos, sin poder apartar
su vista del Hombre-Dios. Quiso correr hacia Jesús, mas sus rodillas parecían
haber echado raíces.
Y oyó la voz, triste y dulce a un tiempo, de Jesús que le
decía:
-¡Marta, mira cómo me ponen tus culpas!...
Y en esto vio en su imaginación, cómo ella, entre la
desenfrenada danza de los saraos, tropezando contra la Cruz , hacía caer al Salvador
al pasar a su lado. Sintiendo angustia mortal, quiso abalanzarse a levantar a
Jesús, pero no pudo moverse… y oyó cerca de sí un ¡ay! que la hizo estremecer.
Se volvió y vio a la Virgen
de los Dolores que la miraba con ojos de tristeza y distinguió en ella el mismo
rostro y manto de aquella Dolorosa del cuadro pendiente junto a su lecho. Y
Marta oyó la dolorida voz de la
Virgen que le decía entre lágrimas y sollozos:
-¡Marta! ¡Marta! ¿Qué has hecho de mi Jesús? Desprecia el
mundo que te tiene atada y no te deja ir a Jesús; doma tu cuerpo, huye del
demonio que te arrastra al infierno; date a la penitencia y a la oración.
Marta volvió a fijar sus extraviados ojos en Jesús caído, en
la Virgen Dolorosa
y en aquella Marta que danzaba en los saraos, y dio un grito que la hizo
despertar, porque en aquella Marta se vio a sí misma y… negra, hedionda,
espantosa, con la fealdad de los condenados.
Saltó de la cama y cayó de rodillas ante la imagen de la Virgen Dolorosa ,
sollozando humilde y contrita:
-¡Virgen de los Dolores, Madre mía, por la sagrada Pasión de
tu divino Hijo, por su Cruz, sálvame!
Y le pareció entonces que la Virgen Dolorosa la
miraba compasiva, la acogía con ternura inefable.
Al día siguiente, la mano del ministro del Altísimo se
alzaba sobre la humillada cabeza de la joven, perdonándola en nombre de
Dios.
Y, al recibir luego marta a Jesús Sacramentado en su
corazón, deshecha en lágrimas, le prometió no volver a reuniones mundanas, para
no renovar con sus culpas los dolores de Jesús y de María.
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