“Y el nombre de la Virgen era María” |
Grandeza de este nombre.- Ya se comprende cuál será esta grandeza si es Dios el autor del mismo.
Tanto más, si Dios nos dio en él un como resumen de lo que es la Santísima
Virgen. Cuando el Señor elegía a uno para algo extraordinario, lo primero que
hacía era darle o cambiarle el nombre, para que ese nuevo nombre que Él le daba
correspondiese al altísimo fin que destinaba a aquella persona. Así cambió el
nombre de Abraham, impuso el nombre de Isaac, por medio de un Ángel, designa a
Zacarías, cómo se llamará el Precursor y le dice que será Juan. El mismo
Cristo, al fundar la Iglesia y elegir entre los Apóstoles al que será su cabeza
y fundamento, a Simón también le cambia el nombre y le llama Pedro.
Ahora pregúntate, ¿qué vale la
dignidad e importancia del oficio confiado a Abraham, a Isaac, al Bautista y a
Pedro, en comparación de la dignidad y del destino de María? ¿Quién pudo, pues,
darle un nombre digno de esta grandeza sino el mismo Dios? Nosotros pudimos
llamarnos de muchas maneras y como ahora, por voluntad de nuestros padres,
tenemos este nombre actual, pudimos tener otro muy distinto. Pero la Santísima
Virgen no fue así; se llamó María y no pudo tener otro nombre, porque Dios no
encontró otro modo mejor de llamarla. Mira, pues, qué grande y magnífico y
sublime es este Santísimo y Dulcísimo nombre.
En cierto modo puedes decir
que vale tanto cuanto la misma Santísima Virgen, puesto que a Ella representa.
Por eso el Evangelio que tan pocas palabras dice de la vida de la Santísima
Virgen, no omite este detalle de tanta importancia y expresamente dice; “Y el
nombre de la Virgen era María”. Así dice San Pedro Damiano: “Que el nombre de
María fue sacado desde la eternidad de los tesoros mismo de la Divinidad,
cuando en el Cielo fue decretada la Redención mediante la Encarnación del Verbo”
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