Retírense del
cielo astros
de la noche, y
aterrizado
el sol precipite
su carrera, mientras
yo recuerdo el
oprobio de
una muerte inhumana,
la muerte
de un Dios.
Allí estabais Vos,
¡oh Madre!,
presenciando el
suplicio, agobiada
de males; y los
soportabais
con inalterable
firmeza de corazón,
mientras vuestro
Hijo suspendido
en la Cruz
exhalaba
grandes gemidos.
¡Con qué dardos
tan penetrantes
os atraviesa el
alma la
contemplación de
vuestro Hijo
pendiente ante
vuestra mirada,
con el cuerpo
magullado por los
azotes, surcado
todo de heridas!
¡Ah! ¡De cuántas
maneras y
cuán cruelmente
oprimían vuestro
amoroso Corazón
los salivazos,
las bofetadas, los
golpes, las heridas,
la hiel, el
ajenjo, la esponja,
la lanza, la sed,
las espinas
y la sangre!
Sin embargo, más
intrépida
que los mismo
mártires, la Virgen
se mantiene en
pie: por un
prodigio inaudito,
¡oh Madre!, en
medio de tantos dolores
mortales,
continuáis
viviendo.
Gloria, alabanza y
honor a la
Trinidad
Todopoderosa; a ella
pido humildemente
y con vivas
instancias, la
gracia de imitar la
fortaleza de ánimo
de la Virgen
con mi valor en la
adversidad. Amén
Del Oficio de Maitines,
del “Breviario Romano”
(Gubianas-1940)
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