¡Oh gloriosísima Virgen! ¡Dignaos hacer que mi corazón se abrase siempre en vuestro amor y que mi alma sea siempre vuestra! |
¡Oh María!, no me rehuséis
vuestro socorro. Pero, ¿cómo podríais rehusármelo si sois la Reina de la
Misericordia? ¿Quién si no los miserables son el objeto de vuestra piedad? Y yo
que soy el más miserable de todos necesito más que nadie de vuestra protección.
Muchas son mis ofensas; pero la grandeza de vuestra clemencia excede a la de mi
malicia, y esta no os impedirá socorrerme. Nada hay que os resista; porque el
Creador de todas las cosas, que lo es también vuestro, os ha honrado como a su
Madre, haciendo que vuestra gloria sea la suya propia. Tened, pues, piedad de
nosotros y haced que nos salvemos. Amén.
San Bernardo
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