¡Madre mía! ¡Madre querida! ¡Madre bella!... ¡Madre dulcísima, ayúdame! ¡Madre y Reina del Santo Rosario! |
¡Ay!... el oír que tantos han
sido colmados de favores sólo porque a Ti acudieron con fe, me infunde nuevo
aliento y valor para llamarte en mi socorro. Tú prometiste a Santo Domingo que
el que deseara gracias las obtendría con tu Rosario; y yo con el Rosario en la
mano, te llamo, ¡oh Madre!, al cumplimiento de tus maternales promesas. Aún
más: Tú misma, ¡oh Madre!, has obrado continuos prodigios para excitar a tus
hijos. Tú, pues, quieres enjugar nuestras lágrimas y aliviar nuestros afanes; y
yo con el corazón en los labios, con fe viva te llamo e invoco: ¡Madre mía!
¡Madre querida! ¡Madre bella!... ¡Madre dulcísima, ayúdame! ¡Madre y Reina del
Santo Rosario!, no tardes más en tender hacía mí tu poderosa mano y salvarme; porque
la tardanza, como ves, me llevaría a la ruina, mientras de todo corazón te
saludo e invoco por mi Soberana y por Reina del Santísimo Rosario… Salve
Regína, Mater misericodiae...
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