Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

sábado, 30 de mayo de 2020

MES DE MAYO, MES DE MARÍA


María, Virgo Veneranda, Virgen digna de veneración.- Nos servimos generalmente de la palabra venerable, para calificar lo que es viejo. Por esta causa, sólo la vejez posee comúnmente aquellas cualidades que mueven a reverencia y veneración.

Un gran rasgo histórico, un carácter noble, la madurez en la virtud, la bondad, la experiencia, mueven a respeto, y estas cualidades no pertenecen ordinariamente a la juventud.

Mas esto deja de ser verdad cuando consideramos a los santos. Para ellos una vida breve es una larga vida. He aquí lo que dice la Sagrada Escritura: “La vejez venerable no es la del tiempo, y no se cuenta por el número de años, sino que la prudencia del hombre suple por las canas, y es edad anciana la vida inmaculada. Si el justo es arrebatado por una muerte prematura, vivirá en el reposo. Con lo poco que vivió, llenó la carrera de una larga vida”  (Del Libro de la Sabiduría)

Un escritor pagano, que nada sabía de los santos, dice que se debe un gran respeto a los niños, porque todavía son inocentes. Este sentimiento aparece difundido y expresado en todos los países, de tal manera que ha ocurrido, a veces, que la vista de los que no han pecado (es decir de los que por falta de edad suficiente todavía no han podido caer en el pecado mortal) y aun el solo encanto del sonreír de su inocencia, han sido bastantes para turbar a hombres miserables, que se disponían a cometer algún crimen, y para detenerles, por un temor saludable, que les ha conducido, sino al arrepentimiento, a lo menos a la renuncia de sus culpables designios.

Y, pasando de nuestra bajeza al Altísimo, ¿qué diremos del Eterno Padre, sino que precisamente porque es eterno, es siempre joven, sin comienzos, y, por esta causa, sin mudanza, y que, en la perfección y en la plenitud de sus atributos incomprensibles, es ahora exactamente el que era hace un millón de años? Con verdad se llama en la Escritura “Anciano de días”, y por esto mismo es infinitamente venerable. Luego para ser venerable no tiene necesidad alguna de la edad, ni nada posee de aquellos atributos humanos y de aquellos títulos materiales que los escritores sagrados le prestan de una manera figurada, para hacernos sentir en su presencia aquel profundo abatimiento y aquel respetuoso temor, que su sola idea debería siempre inspirarnos.

 Lo mismo se diga de la Madre de Dios, en la medida que una criatura puede ser semejante al Creador. Su inefable pureza y su entera inmunidad de la sombra del más leve pecado, su Inmaculada Concepción, su Virginidad Perpetua, todas sus prerrogativas, (a pesar de su extremada juventud en el momento en que Gabriel le fue enviado), son de tal naturaleza, que han de hacernos exclamar, con una mezcla de alegría y de temor, empleando las palabras proféticas de la Escritura: “¡Tú eres la gloria de Jerusalén y el gozo de Israel! ¡Tú eres el honor de nuestro pueblo! Por esto, la mano del Señor te ha robustecido, y eres bendita para siempre” (Del Libro de Judith)

John Henry, Cardenal, Newman



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