SE LIMPIA UNA
LEPROSA CON EL SANTO ESCAPULARIO DE LA
VIRGEN DEL CARMEN Y AL PUNTO QUEDA LIMPIA DE SU LEPRA
Es el presente caso
singularísimo y muy conocido en todos los contornos de la ciudad de Alcalá de
Henares, por hallarse bastante próxima a la noble y antigua villa de Uceda,
donde esto sucedió y donde se venera con gran fe el Santo Escapulario
incorrupto en un precioso relicario de plata, y la lepra que quedara adherida a
él también la conservaba la devoción en una bolsita de raso en la iglesia
parroquial de Santa María de la Varga.
Esta piadosa efigie de la
Señora es hermosísima, y me parece, dice el Rvdo. P. Serrada, no haber visto
imagen más devota, ni que más mueva a devoción. Se Venera bajo el título de
Santa María de la Varga, desde que se la hallara (según refieren los naturales,
después de la expulsión de los moriscos), en el hueco de una pared maestra de
la casa de un tal don Pedro de la Varga. Estuvo tal imagen oculta en dicho
lugar por espacio de casi ocho siglos, sin que se apagara, según la tradición
popular, una lamparilla que, milagrosamente, lucía ante ella; mas, el presente
caso a que nos hemos de concretar, así como pinturas antiquísimas, existentes
en la iglesia, referentes a otros innumerables prodigios y auténticos
testimonios que se conservan en la Biblioteca de El Escorial, testifican y
clarísimamente acreditan haber sido su primera advocación del Carmen.
De ahí que, esta noble villa,
haciendo justicia en esto, como en todo lo demás, ha vuelto a esta Soberana y
Celestial Señora su bendito Escapulario, a instancias del Muy Reverendo P.
Mtro. Fr. Miguel Durán, Predicador de su Majestad y del convento de Alcalá de
Henares por los años de 1710. Desde entonces, puesto le tiene y en sus estampas
se la ve con el Santo Escapulario en la mano, para que, si la casualidad pudo
privarle por cierto lapso de tiempo de su antiguo y esclarecido título del
Carmen, se le vuelva, y como tal la manifiesten el bendito Escapulario del
milagro y el que ostenta ahora en sus preciosas manos.
Es pues, el caso, que
arrojaban de dicha villa, en una crudísima tarde de invierno, a una pobrecita
leprosa incurable, a fin de que no inficionase a otros con su contagiosa y
repugnante enfermedad. Salía la desconsolada e infeliz mujer hecha un mar de lágrimas,
al verse desechada y arrojada del consorcio humano, sobre la congoja y
aflicción de su irremediable e incurable mal, cuando al pasar por la iglesia de
Santa María de la Varga sintió, de súbito, la inspiración de entrar en ella,
para despedirse de la Virgen Santísima, de quien era devotísima la mujer. Y
poniendo en Ella los ojos de su sencilla y ardorosa fe, asió con ambas manos el
bendito Escapulario de la Virgen Santísima y restregándose con él, le decía con
devoción humilde, confiada y fervorosa: "De aquí, Señora, no me he de ir
si no me quitáis esta horrible lepra" ¡Caso verdaderamente singular y
prodigioso! ¡Oh, soberana clemencia de María Santísima!, que no desechó a la
que habían desechado los hombres, ni despreció su Virginal Pureza la inmundicia
de aquella pobrecita mujer, pues se quedó con toda su lepra en el bendito
Escapulario, dejándole el cutis tan limpio y tan fresco y rozagante como si
jamás hubiera tenido lepra, o cual si hubiera sido ésta imaginaria, pasando a
ser admiración de los hombres la que pocos minutos antes fuera objeto de
abominable asco. Olorosas y fragantes flores fueron las costras asquerosísimas
de aquella infeliz mujer, luego que se trasplantaron del cuerpo enfermo de ella
al Santo Escapulario de la Virgen del Carmen, porque exhalaban tan peregrina y
célica fragancia cual continúa hasta el presente sin interrupción. Por ello, la
devoción las reserva en una bolsa de
raso blanco junto con el Escapulario, que se da a besar en las solemnidades en
un precioso y riquísimo viril, para testimonio auténtico de este singular
prodigio.
Yo, nos dice Fr. Gabriel de
Serrada, en el año de 1770, he tenido el placer de tener en mis manos este
bendito y milagroso Escapulario, y he percibido la fragancia purísima que
conservan aquellas reliquias de la lepra, pues por más que el olfato pretenda
hacer comparaciones con otros perfumes, no se adivina cuál sea o pueda ser
aquél. Es tan antiquísimo este maravilloso prodigio que sólo pueden hacerlo
presente dos testigos: lepra y Escapulario; que después de tantísimos años, ni
la polilla le roe ni el tiempo le consume; sólo la devoción le cercena y,
pudiendo más que el sumo cuidado con que se guarda, le ha cortado algunos
pedazos de estameña que fervorosamente veneran muchos con sagrada emulación de
otros, y con ellos han experimentado muchísimos prodigios.
Esto, afirma el cultísimo y
venerable P. Fr. Gabriel Serrada, lo sé por relación verbal de algunas personas
fidedignas, y basados en el principal prodigio no creo que sea temerario el
darle entero crédito.
Lo que suplica encarecidamente
el doctísimo autor del Escudo Triunfal a los vecinos de aquella noble villa,
así a los presentes que vivían en su época, como a los venideros, por el amor y
devoción que sienten por esta celestial Señora, que es lo que más los podía
obligar, es el que adviertan que, si la devoción de cada uno de sus antepasados
hubiese quitado un hilito de estameña a aquel prodigioso Escapulario, no
hubiera llegado hasta sus tiempos este preciosísimo y riquísimo tesoro.
Lo que os suplico, les decía
después de sus maravillosos e inflamados sermones, es que no privéis, por
vuestra mal entendida devoción, el que llegue a los venideros esta rica
herencia que la fe y devoción de vuestros antepasados fielmente os conservó
hasta el momento presente.
Esta es la verdadera devoción
y el santo celo; conservar incólume el fundamento que la sustenta y la fomenta
para que, así presentes como venideros, demos continuamente rendidas y
fervorosas gracias a la Virgen Santísima del Carmen por los innumerables
beneficios que se dignó concedernos.
Milagros y Prodigios del Santo
Escapulario del Carmen
por el P. Fr. Juan Fernández
Martín, O.C.
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