La Bienaventurada Virgen María
fue purísima. Pues era necesario que la Madre de Dios brillase por una máxima
pureza. Ninguna cosa es receptáculo de Dios, si no está limpia, según aquello
de David: A tu casa conviene santidad,
Señor (Psal., XCII, 5.)
La Bienaventurada Virgen no
mereció la encarnación sino suponiendo que ella debía realizarse. Y así mereció
que se verificase por ella, no ciertamente de condigno, sino por conveniencia;
en cuanto que era conveniente que la Madre de Dios resplandeciese con tal
pureza que no pudiera concebirse ninguna más grande después de la pureza
divina, como dice San Anselmo.
La Bienaventurada Virgen hizo
voto de virginidad. Ciertamente, las obras de perfección son más loables cuando
se hacen por voto. La virginidad debió brillar principalmente en la Madre de
Dios. Por lo tanto fue muy conveniente que su virginidad fuese consagrada por
voto.
Refiriéndose a ello dice San
Agustín: "María contestó al Ángel de la Anunciación: ¿Cómo será esto, porque no conozco varón? (Lc 1, 34). Lo que no
hubiera dicho si antes ella no hubiese ofrecido a Dios los votos de su
virginidad."
Como la plenitud de la gracia
existió perfectamente en Cristo, y, no obstante, algún principio de ella
existió anteriormente en su Madre, así también la observancia de los consejos,
que es efecto de la gracia de Dios, comenzó perfectamente en Cristo pero de
algún modo fue incoada en la Virgen, su Madre.
La Bienaventurada Virgen
obtuvo la aureola de la virginidad. La aureola es una recompensa privilegiada
que corresponde a una victoria privilegiada. Por eso hay tres aureolas según
las victorias privilegiadas en tres luchas, propuestas a todo hombre. En la
lucha contra la carne, el que obtiene la victoria más preciosa es aquel que se
abstiene de los deleites carnales, como la Virgen. En la lucha contra el mundo,
la victoria principal es la del que soporta la persecución del mundo hasta la
muerte. En la lucha contra el diablo, la victoria principal es la que se obtiene
cuando uno arroja al enemigo no sólo de sí mismo, sino también de los corazones
de los demás, lo cual se lleva a cabo por la doctrina de la predicación. Por
consiguiente, la aureola se debe a los vírgenes, a los mártires y a los
predicadores o doctores.
Luego la aureola es debida a
la Bienaventurada Virgen, en la cual se da la virginidad perfectísima, que le
ha valido el título de Virgen de las Vírgenes.
Algunos objetan que no se le
debe aureola, porque no soportó ninguna lucha con respecto a la continencia.
Además, dicen otros que la Bienaventurada Virgen no tiene aureola por premio de
la virginidad, si la aureola se toma propiamente en su relación con la lucha,
pero que posee una cosa mayor que la aureola, por el propósito perfectísimo de
guardar virginidad. Pero otros dicen que posee aureola excelentísima; pues
aunque no sintió lucha, conoció, sin embargo, alguna lucha de la carne, mas a
causa de la vehemencia de su virtud le estuvo de tal modo sujeta la carne que
esa lucha le fue insensible.
Esto no parece conveniente,
pues la fe enseña que la Bienaventurada Virgen fue totalmente inmune del fomes
del pecado y sus inclinaciones a causa de su perfecta santificación; y no es
piadoso suponer que hubo en ella alguna lucha. Por lo cual debe decirse que posee
propiamente aureola, para conformarse en esto con los demás miembros de la
Iglesia, que son vírgenes; y si ella no tuvo que luchar contra las tentaciones
de la carne, tuvo, sin embargo, que luchar contra la tentación del enemigo, que
no respetó siquiera al mismo Cristo.
Santo Tomás de Aquino
MEDULLA S. THOMAE AQUITATIS PER OMNES ANNI LITURGICI
DIES DISTRIBUITA,
SEU MEDITATIONES EX OPERIBUS S. THOMAE DEPROMPTAE
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