¡Qué dulce es pensar que por medio de la Santísima Virgen quiso Jesús llevar a cabo la primera santificación de las almas como lo hizo con santa Isabel y su hijo! |
Tres meses estuvo el Arca de
la Alianza en casa de Obededón y Dios bendijo a aquella casa derramando sobre
ella gracias y prodigios inmensos. ¿Qué extraño, por consiguiente, que en la
casa de Zacarías donde estuvo otros tres meses el Arca Divina llena del Maná
del Cielo, la colmara el Señor de bendiciones? Veamos cómo así fue con Santa
Isabel y San Juan.
La Visitación en Santa Isabel.- ¡Qué dulce es pensar que por medio
de la Santísima Virgen quiso Jesús llevar a cabo la primera santificación de
las almas como lo hizo con santa Isabel y su hijo! Comprende, pues, de una vez,
que la santificación de tu alma tampoco la llevará a cabo el Señor sino en la
medida que tú te entregues a María.
Considera después el
recibimiento que haría santa Isabel a su prima. ¡Qué gusto! ¡Qué alegría! ¡Qué
satisfacción! Nunca había sentido nada semejante. Imagínate cómo la agasajaría
y qué de cosas inventaría para hacer a la Virgen agradable su estancia en
aquella casa. ¿Qué hubieras hecho en semejante ocasión? ¿No te da una santa
envidia esta mujer que tiene la suerte de ser la primera en ofrecer sus
obsequios a María? ¿No será mejor imitarla? También la Virgen quiere visitar tu
corazón, morar en tu alma. ¿Te acuerdas de agasajarla? ¿O la dejas sola sin
pensar que la tienes dentro de ti? Cuando así obras, bien comprendes que
cometes una grosería incalificable.
Atiende a María, acompaña a
María, sirve a María. ¡Estar al servicio de María! ¡Ser útil a la Santísima
Virgen! Piensa bien lo que esto significa y verás qué pensamiento más dulce y
más práctico.
Fue llena del Espíritu Santo.- Apenas María saludó a santa Isabel
cuando ésta quedó llena del Espíritu Santo. ¡Oh palabras fecundas de María!
¡Qué eficaces son, pues un simple saludo suyo ya sirve para llenar de gracia y
santidad a aquella alma! Como las flores derraman por todas partes su aroma,
así María derrama y comunica a quien Ella se acerca, la gracia y hermosura de
que está repleta.
Pídele que guarde para ti
alguna de esas palabras suyas que te santifiquen, que no las emplee todas con
otras almas, aunque las merezcan y aprovechen mejor que tú, que precisamente
por tu gran miseria, necesitas más que otras de Ella y que confías no te
dejará.
Piensa además cómo han de ser
las palabras que salgan de tu boca, palabras de edificación y santificación
para el prójimo; nunca palabras ociosas, inútiles, perjudiciales, que
desedifiquen o contribuyan a hacer pecar o faltar en algo a los demás.
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