María en la Encarnación del Verbo no pudo humillarse más de lo que se humilló. Dios, al contrario, no pudo exaltarla más de lo que la exaltó |
“El que se exalta será
humillado, y el que se humilla será exaltado” Esta palabra del Señor no puede
faltar. Por lo cual, habiendo resuelto Dios hacerse hombre para redimir al
hombre perdido, manifestando así al mundo su infinita bondad, y debiendo en la
tierra escogerse Madre, iba buscando entre las mujeres a la que fuese más santa
y más humilde. Pero entre todas sólo vio a una, que fue la Virgen María, la
cual, cuanto más perfecta era en las virtudes, tanto más sencilla y humilde era
cual paloma a sus ojos. “Es infinito el número de las doncellas – decía el
Señor- pero sólo una es mi paloma, mi perfecta” “Esta será –dijo el Señor- la
que he escogido para Madre” ¡Cuán Humilde fue María!, y cuánto la exaltó Dios
por su Humildad. María en la Encarnación del Verbo no pudo humillarse más de lo
que se humilló; Dios no pudo exaltar a María más de lo que la exaltó.
Contestad presto, Señora, no retardéis más la salvación
del mundo, que depende ahora de vuestro consentimiento
“He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra”
¡Oh respuesta más hermosa, más humilde y más prudente de
cuantas hubiera podido inventar toda la sabiduría de los hombres y de los
Ángeles juntos, aun cuando la hubieran pensado un millón de años!
¡Oh poderosa
respuesta que alegraste al cielo, e hiciste descender sobre la tierra un mar
inmenso de gracias y de bienes!
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