Lección del II Nocturno de Maitines
Sermón 18 sobre los santos
Hemos llegado al día deseado
de la santa y venerable siempre Virgen María. Entréguese nuestra tierra,
honrada con el nacimiento de una Virgen tan ilustre, a la suma exultación de
júbilo. Ella es la flor de los campos, de la cual ha nacido el precioso lirio
de los valles; con su parto se ha cambiado la suerte de nuestros primeros
padres y se ha borrado su culpa. La sentencia de maldición: Darás a luz a los
hijos con dolor, dictada contra Eva, no se aplicó a María, la cual dio a luz
llena de gozo al Señor.
Eva lloró, María se llenó de
júbilo; Eva llevó en su seno un fruto de lágrimas, María uno de alegría, ya que
una dio a luz a un pecador y la otra a un inocente. Por la madre de nuestro
linaje entró el castigo en el mundo; por la de nuestro Señor, la salvación. En
Eva se halla la fuente del pecado; en María, la del mérito. Eva nos perjudicó,
dándonos la muerte; María nos favoreció, devolviéndonos la vida. Aquella nos
hirió, ésta nos curó. La desobediencia ha sido reemplazada por la obediencia y
la incredulidad por la fe.
Pulse ahora María los
instrumentos músicos, y que los dedos de la Virgen Madre hagan vibrar los
tímpanos. Respóndanle gozosos nuestros coros, y que en dulce concierto nuestras
voces alternen con sus cánticos. Escuchad los inspirados acentos de nuestra
cantora: “Glorifica mi alma al Señor, y mi espíritu está transportado de gozo
en Dios, mi Salvador. Porque miró la humildad de su esclava he aquí que desde
ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque hizo conmigo
grandes cosas el que es todopoderoso, y cuyo nombre es santo”. El prodigio de
una maternidad nueva ha remediado una falta que nos había perdido; el canto de
María ha puesto fin a los lamentos de Eva.
Sermón de San Agustín, Obispo
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