San Bernardo llama a María “camino real para hallar al Salvador y la salvación”. Si es cierto, Reina mía, que eres, como el mismo dice, quien conduce nuestras almas a Dios, no esperes que yo vaya a Dios si no me llevas en tus brazos. Llévame, sí; y si me resisto, llévame a la fuerza. Con los dulces atractivos de tu amor fuerza cuanto puedas a mi alma, a mi rebelde voluntad, para que deje a las criaturas y busque sólo a Dios y su voluntad santísima. Muestra a los cielos cuán poderosa eres; muestra, entre tantos prodigios, esta otra maravilla de tu misericordia uniendo enteramente con Dios a quien tan lejos de Él está.
¡María, puedes hacerme santo; de Ti lo espero!
ORACIÓN
¡Inmaculada Virgen y Madre mía Santísima! A Ti, que eres la “Madre de mi Señor”, la Reina del mundo, la
abogada, la esperanza y el refugio de los pecadores, acudo en este día yo que
soy el más necesitado de todos. Te alabo, Madre de Dios y te agradezco todas
las gracias que hasta ahora me has hecho, especialmente la de haberme librado
del infierno que tantas veces he merecido. Te amo, Señora y Madre mía, y
por el amor que te tengo te prometo servirte siempre y hacer todo lo posible
para que seas también amada de los demás. En Ti pongo mi esperanza y mi eterna
salvación. Madre de misericordia, acéptame por tu hijo y acógeme bajo tu
manto, y ya que eres tan poderosa ante Dios, líbrame de las tentaciones y dame
fuerza para vencerlas hasta la muerte. Te pido el verdadero amor a Jesucristo.
De Ti espero la gracia de una buena muerte. Madre mía, por el amor que tienes
a Dios, te ruego que siempre me ayudes, pero mucho más en el último momento de
mi vida. No me desampares mientras no me veas a tu lado en el cielo,
bendiciéndote y cantando tus misericordias por toda la eternidad. Amén.
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