¡Señora mía!, San Bernardo os llama robadora de corazones; dice que andáis robando corazones con vuestra hermosura y bondad; robad, os suplico, también mi corazón mi voluntad, que os entrego por completo, para que, unida con la vuestra, la ofrezcáis a Dios.
A Vos alzamos los ojos, ¡oh Soberana de los Ángeles y de los hombres! Un día todos nosotros hemos de comparecer ante nuestro Juez, cargados, ¡ay!, como estamos con tantos pecados. ¿Cómo osaremos comparecer ante Él, y quién apaciguará su justa cólera? Nadie hay que pueda hacerlo tan segura y eficazmente como Vos, ¡oh Madre de Misericordia!, que tanto le habéis amado y tan tiernamente habéis sido amada por Él. Abrid, pues, ¡oh Madre de gracias!, abrid el oído de vuestro Corazón a vuestros suspiros y entrañas de vuestra misericordia a nuestras lágrimas; recurrimos a Vos como a nuestra Divina Madre; aplacad la justa indignación de vuestro Divino Hijo y haced que entremos en su santa gracia. Vos no tenéis ninguna aversión al pecador, por indigno que él sea; no lo rechazáis en manera alguna si él suspira por Vos. Y si, penetrado del dolor de sus pecados, implora vuestra protección, Vos le animáis, incluso, a esperar, le sostenéis, le consoláis, y nunca le dejáis hasta que lo habéis reconciliado al fin con su Juez, para encontrar gracia a sus ojos. ¡Qué consuelo, qué motivo de esperanza para mí!
San Bernardo
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