Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida
del sol, con la luna debajo de sus pies, y una corona de doce estrellas
sobre su cabeza
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A Ti, Virgen Inmaculada, predestinada por Dios sobre toda
otra criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, te
renuevo hoy, de modo especial, mi consagración personal.
Guía Tú a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndolos
cada vez más obedientes y fieles a la palabra de Dios.
Acompaña Tú a todos los cristianos por el camino de la
conversión y de la santidad, en la lucha contra el pecado y en la búsqueda de
la verdadera belleza, que es siempre huella y reflejo de la Belleza divina.
Obtén Tú, una vez más, paz y salvación para todas las
gentes. El Padre eterno, que te escogió para ser la Madre inmaculada del
Redentor, renueve también en nuestro tiempo, por medio de Ti, las maravillas de
su amor misericordioso. Amén.
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