La Virgen María ama con Amor de Dios (II)
La vida de los Santos no
comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios
después de la muerte. En los Santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se
aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos. En nadie lo
vemos mejor que en María. La palabra del Crucificado al discípulo –a San Juan
y, por medio de él, a todos los discípulos de Jesús: “Ahí tienes a tu Madre”
(S. Jn. 19, 27)- se hace de nuevo verdadera en cada generación. María se ha convertido
efectivamente en Madre de todos los creyentes. A su bondad materna, así como a
su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de
todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y
contratiempos, en su soledad y en su convivencia. Y siempre experimentan el don
de su bondad; experimentan el amor inagotable que derrama desde lo más profundo
de su corazón. Los testimonios de gratitud, que le manifiestan en todos los
continentes y en todas las culturas, son el reconocimiento de aquel amor puro
que no se busca a sí mismo, sino que sencillamente quiere el bien. La devoción
de los fieles muestra al mismo tiempo la intuición infalible de cómo es posible
este amor: se alcanza merced a la unión más íntima con Dios, en virtud de la
cual se está embargado totalmente de Él, una condición que permite a quien ha
bebido en el manantial del amor de Dios convertirse a sí mismo en un manantial “del
que manarán torrentes de agua viva” (S. Jn. 7, 38). María, la Virgen, la Madre,
nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva. A
Ella confiamos la Iglesia, su misión al servicio del amor.
De la Carta Encíclica “Deus Cáritas est”,
de SS Benedicto XVI, 42
Propuesta de una
flor a la Virgen: Entrega una limosna para los pobres.
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