Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

domingo, 7 de mayo de 2017

MES DE MAYO, MES DE MARÍA (con el Santo Padre Benedicto XVI)

La Virgen María ama con Amor de Dios (I)

“María se levantó y se puso en camino a prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. María se quedó con ella unos tres meses y volvió a su casa” (S. Lc. 39, 40-56)

Entre los Santos, sobresale María, Madre del Señor y espejo de toda santidad. El Evangelio de San Lucas la muestra atareada en un servicio de caridad a su prima Santa Isabel, con la cual permaneció “unos tres meses” (1, 56) para atenderla durante el embarazo. “Magnificat ánima mea Dóminum”, dice con ocasión de esta visita –“proclama mi alma la grandeza del Señor”- (S. Lc. 1, 46), y con ello expresa todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo; sólo entonces el mundo se hace bueno. María es grande precisamente porque enaltece a Dios en lugar de a sí misma. Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor. Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios. Es una mujer de esperanza: sólo porque cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel, el ángel puede presentarse a Ella y llamarla al servicio total de estas promesas. Es una mujer de fe: “¡Dichosa Tú, que has creído!” le dice Santa Isabel (S. Lc. 1, 45). (…) María es, en fin una mujer que ama. ¿Cómo podría ser de otro modo? Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama. Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los relatos evangélicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la que en Caná se percata de la necesidad en la que se encuentran los esposos, y lo hace presente a Jesús. Lo vemos en la humildad con que acepta ser como olvidada en al periodo de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el momento de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús. Entonces, cuando los discípulos hayan huido, Ella permanecerá al pie de la cruz; más tarde, en el momento de Pentecostés, será ellos los que se agrupen en torno a Ella en espera del Espíritu Santo.

De la Carta Encíclica “Deus Cáritas est”,
de SS Benedicto XVI, 41

Propuesta de una flor a la Virgen: Visita a un enfermo, y proponle la confesión y la comunión eucarística. Avisando al sacerdote lo antes posible, si aceptara.



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