La
Virgen María ama con Amor de Dios (I)
Entre los Santos, sobresale
María, Madre del Señor y espejo de toda santidad. El Evangelio de San Lucas la
muestra atareada en un servicio de caridad a su prima Santa Isabel, con la cual
permaneció “unos tres meses” (1, 56) para atenderla durante el embarazo.
“Magnificat ánima mea Dóminum”, dice con ocasión de esta visita –“proclama mi
alma la grandeza del Señor”- (S. Lc. 1, 46), y con ello expresa todo el
programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a
Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo;
sólo entonces el mundo se hace bueno. María es grande precisamente porque
enaltece a Dios en lugar de a sí misma. Ella es humilde: no quiere ser sino la
sierva del Señor. Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra
suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios.
Es una mujer de esperanza: sólo porque cree en las promesas de Dios y espera la
salvación de Israel, el ángel puede presentarse a Ella y llamarla al servicio
total de estas promesas. Es una mujer de fe: “¡Dichosa Tú, que has creído!” le
dice Santa Isabel (S. Lc. 1, 45). (…) María es, en fin una mujer que ama. ¿Cómo
podría ser de otro modo? Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento
de Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que
ama. Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los relatos
evangélicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la que en Caná se
percata de la necesidad en la que se encuentran los esposos, y lo hace presente
a Jesús. Lo vemos en la humildad con que acepta ser como olvidada en al periodo
de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una
nueva familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el momento de la
cruz, que será la verdadera hora de Jesús. Entonces, cuando los discípulos
hayan huido, Ella permanecerá al pie de la cruz; más tarde, en el momento de
Pentecostés, será ellos los que se agrupen en torno a Ella en espera del
Espíritu Santo.
De la Carta Encíclica “Deus Cáritas est”,
de SS Benedicto XVI, 41
Propuesta de una
flor a la Virgen: Visita a un enfermo, y proponle la confesión y la
comunión eucarística. Avisando al sacerdote lo antes posible, si aceptara.
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