La Fe
de la Virgen María
“Apoyado
en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos
pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho: Así será tu descendencia” (Rom.
4, 18)
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El Evangelista San Lucas narra la vicisitud de
María a través de un fino paralelismo con la vicisitud de Abrahán. Como el gran
Patriarca es el Padre de los creyentes, que ha respondido a la llamada de Dios
para que saliera de la tierra donde vivía, de sus seguridades, a fin de
comenzar el camino hacia una tierra desconocida y que poseía sólo en la promesa
divina, igual María se abandona con plena confianza en la palabra que le
anuncia el mensajero de Dios y se convierte en modelo y madre de todos los
creyentes.
Quisiera subrayar otro aspecto
importante: la apertura del alma a Dios y su acción en la fe incluye también el
elemento de la oscuridad. La relación del ser humano con Dios no cancela la
distancia entre Creador y criatura, no elimina cuanto afirma el apóstol San
Pablo ante las profundidades de la sabiduría de Dios: “¡Que insondable sus
decisiones y qué irrastreables sus caminos!”(Rm. 11, 33). Pero precisamente
quien –como María- está totalmente abierto a Dios, llega a aceptar el querer
divino incluso si es misterioso, también si a menudo no corresponde al propio
querer y es una espada que traspasa el alma, como dirá proféticamente el
anciano Simeón a María, en el momento de la Presentación de Jesús en el Templo
(S. Lc. 2, 35). El camino de fe de Abrahán comprende el momento de alegría por
el don del hijo Isaac, pero también el momento de oscuridad, cuando debe subir
al monte Moria para realizar un gesto paradójico: Dios le pide que sacrifique
el hijo que le había dado. En el monte el ángel le ordenó: “No alargues la mano
contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios,
porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo” (Gn. 22, 12). La plena
confianza de Abrahán en el Dios fiel a las promesas no disminuye incluso cuando
su palabra es misteriosa y difícil, casi imposible, de acoger. Así es para
María; su fe vive la alegría de la Anunciación, pero pasa también a través de
la oscuridad de la Crucifixión del Hijo para poder llegar a la luz de la
Resurrección.
No es distinto incluso para el
camino de fe de cada uno de nosotros: encontramos momentos de luz, pero
hallamos también momentos en los que Dios parece ausente, su silencio pesa en
nuestro corazón y su voluntad no corresponde a la nuestra, a aquello que
nosotros quisiéramos. Pero cuando más nos abrimos a Dios, acogemos el don de la
fe, podemos totalmente en Él nuestra confianza –como Abrahán y como María-,
tanto más Él nos hace capaces, con su presencia, de vivir cada situación de la
vida en la paz y en la certeza de su fidelidad y de su amor. Sin embargo, esto
implica salir de uno mismo y de los propios proyectos para que la Palabra de
Dios sea la lámpara que guíe nuestros pensamientos y nuestras acciones.
De la Audiencia General de SS Benedicto XVI,
el día 19 de diciembre de 2012
Propuesta de una
flor a la Virgen: Reza el Credo por los niños y jóvenes que se encuentran
en las catequesis de Iniciación Cristiana.
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