El Rosario de los Siete Dolores
MIÉRCOLES
Acto de Contrición
V.- ¡Oh Dios ven en mi auxilio!
R.- Señor, apresúrate a socorrerme
Gloria al Padre…
Cuarto Dolor de María Santísima
El encuentro con Jesús en el camino al Calvario
Cuánto más tiernamente lo amó, tanto mayor dolor sintió
al verlo sufrir, especialmente cuando lo encontró, ya condenado a muerte,
cuando iba con la Cruz al lugar del suplicio. Ésta es la cuarta espada de
dolor, que vamos a considerar.
MEDITACIÓN
“¡Oh Madre Dolorosa!”, le diría San Juan “Tu hijo ya ha sido sentenciado a muerte y
ya ha salido llevando Él mismo la Cruz camino del Calvario. Ven, si quieres
verlo y darle el último adiós en al camino por donde ha de pasar” Parte
María con Juan. Esperó en aquel lugar ¡y cuántos escarnios tuvo que oís de los
judíos –que ya la conocían- dirigidos contra su Hijo, y, tal vez, contra Ella
misma! Qué exceso de dolor fue para Ella ver los clavos, los martillos y los
cordeles que llevaban delante los verdugos y todos los horribles instrumentos
para matar a su Hijo. Pero ahora los instrumentos de ejecución, los verdugos,
todos han pasado. María levanta sus ojos. Y ¿qué ve? ¡Oh Señor! Ve a un joven
cubierto de sangre y heridas de pies a cabeza, con una corona de espinas, con
una pesada Cruz sobre sus espaldas. Miró a Él pero escasamente lo reconoció. Las
heridas, las moraduras y la sangre coagulada le hacían semejante a un leproso,
estaba desconocido. El Hijo, apartándose de los ojos un grumo de sangre que le
impedía la visión –como le fue revelado a San Brígida- miró a la Madre, y la
Madre miró al Hijo. Sus miradas llenas de dolor fueron como otras tantas
flechas que traspasaron aquellas almas enamoradas. Pero pensar que ver morir a
Jesús le ha de costar un dolor tan acerbo, la amante María no quiere dejarlo.
La Madre lleva su Cruz y le sigue para ser crucificada con Él. Tengamos
compasión de Ella y procuremos acompañar a su Hijo y a Ella también nosotros,
llevando con paciencia la cruz que nos manda el Señor.
Padrenuestro… Siete Avemarías…
Versículo: ¡Oh María, Madre mía!, dadme de
vuestro dolor, para haceros compañía en la muerte de mi Dios.
Dios te salve, Reina…
OREMOS
¡Oh Dios!, en cuya Pasión, de acuerdo con la Profecía de
Simeón, una espada de dolor traspasó el Alma Dulcísima de María, Virgen y Madre
gloriosa; conceded a nosotros que conmemoramos y reverenciamos vuestros
dolores, sintamos el bendito efecto de Vuestra Pasión, Vos que vivís y reináis
por los siglos de los siglos. Amén.
Se concluye con tres Avemarías en honor de las lágrimas
derramadas por Nuestra Señora en sus Dolores.
Extractos de textos de “Las Glorias
de María” de San Alfonso Mª de Ligorio
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