El Rosario de los Siete Dolores
LUNES
Acto de Contrición
V.- ¡Oh Dios ven en mi auxilio!
R.- Señor, apresúrate a socorrerme
Gloria al Padre…
Segundo Dolor de María Santísima
La huida a Egipto
Pasemos a considerar la
segunda espada de dolor que hirió a María Santísima en la huida a Egipto que
tuvo que emprender con su Hijo, el infante Jesús, por la persecución de
Herodes.
MEDITACIÓN
Cuando oyó Herodes que había
nacido el Mesías esperado, temió neciamente que le iba a arrebatar su reino.
Esperaba el impío que los Reyes Magos le trajeran noticias de donde había
nacido el Niño Rey a fin de quitarle la vida, pero al verse burlado por ello,
ordenó la matanza de todos los niños de Belén. Por eso el Ángel se apareció en
sueños a San José y le mandó: “Levántate,
toma el Niño y a su Madre, y huye a Egipto” (Mt. 2, 13) Y entonces
comprendió la afligida María que ya comenzaba a realizarse en su Hijo la
profecía de Simeón, viendo que, apenas nacido, era perseguido a muerte. Qué
sufrimiento el del Corazón de María oír que se le intimaba la orden de ir con
su Hijo a tan duro destierro. Es fácil imaginar lo mucho que María sufrió en
este viaje. Era grande la distancia hasta Egipto, trescientas millas requerían
un viaje de treinta días. El camino era escabroso, desconocido y poco
frecuentado, el clima desapacible. María era doncella, joven y delicada, no
acostumbrada a semejantes viajes. ¿Dónde pernoctarían durante tan largo viaje
con doscientas millas de desierto, sino sobre la arena? Vivieron en Egipto
siete años. Eran forasteros desconocidos, sin rentas, sin dinero, sin
parientes. Apenas podían sustentarse con sus modestos trabajos hechos a mano.
Opina Landolfo de Sajonia (y sirva esto para consuelo de los pobres), que María
vivía allí tan en la pobreza que alguna vez pasaron hambre sin tener ni un
bocado de pan que darle a su Hijo. Ver a Jesús y María con San José andar por
el mundo como errantes y fugitivos nos debe mover a vivir también en la tierra
como peregrinos, sin apegarnos a los bienes que el mundo ofrece, como quienes
pronto lo tendremos que dejar todo y pasar a la vida eterna. Nos enseña además
a abrazar la cruz, pues no se puede vivir en este mundo sin cruces. Amemos y
consolemos a María acogiendo dentro de nuestros corazones a su Hijo, que
todavía es perseguido y maltratado por los hombres con sus pecados.
Padrenuestro… Siete Avemarías…
Versículo: ¡Oh María, Madre mía!, dadme de vuestro dolor, para
haceros compañía en la muerte de mi Dios.
Dios te salve, Reina…
OREMOS
¡Oh Dios!, en cuya Pasión, de
acuerdo con la Profecía de Simeón, una espada de dolor traspasó el Alma
Dulcísima de María, Virgen y Madre gloriosa; conceded a nosotros que
conmemoramos y reverenciamos vuestros dolores, sintamos el bendito efecto de
Vuestra Pasión, Vos que vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén.
Se concluye con tres Avemarías
en honor de las lágrimas derramadas por Nuestra Señora en sus Dolores.
Extractos de textos
de “Las Glorias
de María” de San
Alfonso Mª de Ligorio
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