El Rosario de los Siete Dolores
MARTES
Acto de Contrición
V.- ¡Oh Dios ven en mi auxilio!
R.- Señor, apresúrate a socorrerme
Gloria al Padre…
Tercer Dolor de María Santísima
El Niño Jesús perdido
Entre los mayores sufrimientos
que la Madre de Dios padeció en su vida, está este dolor: La pérdida de su
Hijo, que se quedó en el Templo de Jerusalén. Acostumbrada a gozar de la
dulcísima presencia de su Jesús, se vio por tres días privada de Él.
MEDITACIÓN
Qué ansiedad tuvo que
experimentar esta afligida Madre durante aquellos tres días en los que anduvo
por todos lados preguntando por su Hijo, como la Esposa de los Cantares: “¿Acaso habéis visto al que ama mi alma?”
(Cant. 3, 3) Este tercer dolor de María primeramente debe servir de consuelo a
quienes están desolados y no gozan de la presencia de su Señor, que en otro
tiempo sintieron. Lloren, sí, pero con paz, como lloraba María la pérdida de su
Hijo. Y el que quiera encontrar al Señor sepa que debe buscarlo, no entre las
delicias y los placeres del mundo, sino entre las cruces y las mortificaciones,
como lo buscó María. “Tu padre y yo te
hemos buscado llenos de aflicción” (Lc. 2, 48) dijo Ella a su Hijo. Debemos
aprender de María a buscar a Jesús. Por lo demás es el único bien que debemos
buscar: Jesús. Dice San Agustín, hablando de Job: “Perdió lo que le había dado Dios, pero tenía a Dios” Si María
lloró tres días la pérdida de su Hijo, con cuánta más razón deben llorar los
pecadores que han perdido la gracia de Dios y a los que el Señor les dice: “Vosotros no sois mi pueblo y yo no soy para
vosotros vuestro Dios” (Os. 1, 9) Porque esto es lo que hace el pecado,
separa el alma de Dios: “Vuestras culpas
os separaron a vosotros de vuestro Dios” (Is. 59, 2) Por lo cual, aunque un
pecador sea muy rico habiendo perdido a Dios, todo lo de la tierra no es más
que humo y sufrimiento, como lo confesó Salomón: “Todo es vanidad y aflicción del Espíritu” (Eclo. 1, 14)
Padrenuestro… Siete Avemarías…
Versículo: ¡Oh María, Madre mía!, dadme de vuestro dolor, para
haceros compañía en la muerte de mi Dios.
Dios te salve, Reina…
OREMOS
¡Oh Dios!, en cuya Pasión, de
acuerdo con la Profecía de Simeón, una espada de dolor traspasó el Alma
Dulcísima de María, Virgen y Madre gloriosa; conceded a nosotros que
conmemoramos y reverenciamos vuestros dolores, sintamos el bendito efecto de
Vuestra Pasión, Vos que vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén.
Se concluye con tres Avemarías
en honor de las lágrimas derramadas por Nuestra Señora en sus Dolores.
Extractos de textos
de “Las Glorias
de María” de San
Alfonso Mª de Ligorio
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.