En el Biblia, la última
referencia a la vida terrena de la Virgen María se halla al comienzo del libro
de los Hechos de los Apóstoles, que presenta a María recogida en oración con
los discípulos en el Cenáculo en espera del Espíritu Santo (Hch. 1, 14).
Posteriormente, una doble tradición –en Jerusalén y en Éfeso- atestigua su
“dormición” en Dios. Este acontecimiento que precedió su paso de la tierra al
cielo, ha sido confesado por la fe ininterrumpida de la Iglesia. En el siglo
VIII, por ejemplo, San Juan Damasceno, gran Doctor de la Iglesia Oriental,
afirma explícitamente la verdad de su asunción corpórea, estableciendo una
relación directa entre la “dormición” de María y la muerte de Jesús. Escribe en
una célebre homilía: “Era necesario que la que había llevado en su seno al
Creador cuando era niño, habitase con Él en los tabernáculos del cielo”
(Homilía II sobre la Dormición, 14: PG 96, 741 B). Como es sabido, esta firme
convicción de la Iglesia halló su coronación en la definición Dogmática de la
Asunción, pronunciada por mi venerado predecesor Pío XII en al año 1950.
En esta perspectiva, “la Madre
de Jesús, glorificada ya en los cielos en Cuerpo y Alma, es la imagen y
comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en
este mundo, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 P3, 10), brilla ante el
pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo” (Lumen
gentium, 68). Desde el paraíso la Virgen sigue velando siempre, especialmente
en las horas difíciles de la prueba, sobre sus hijos, que Jesús mismo le confió
antes de morir en la Cruz. ¡Cuántos testimonios de esta maternidad solicitud
suya se encuentran al visitar los santuarios a Ella dedicados!
María elevada al cielo nos
indica la meta última de nuestra peregrinación terrena. Nos recuerda que todo
nuestro ser – espíritu, alma y cuerpo- está destinado a la plenitud de la vida;
que quien vive y muere en el amor de Dios y del prójimo será transfigurado a
imagen del cuerpo glorioso de Cristo Resucitado; que el Señor humilla a los
soberbios y enaltece a los humildes (cf. Lc. 1, 51-52). La Virgen proclama esto
eternamente con el misterio de su Asunción. ¡Que Tú seas siempre alabada, oh
Virgen María! Ruega al Señor por nosotros.
De las palabras de
SS Benedicto XVI en el rezo del Ángelus,
el día 15 de agosto
de 2008
Propuesta de una
flor a la Virgen: Reza el 4º misterio glorioso: la Asunción de la Virgen en
Cuerpo y Alma al Cielo, por los Consagrados que viven dificultades.
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