¡Oh Virgen Dolorosa!, por el
dolor que sufriste cuando el anciano Simeón te profetizó las contradicciones
con que el mundo había de perseguir a tu Hijo, te suplico no permitas que yo me
encuentre entre los mundanos enemigos de tu Hijo, sino entre los que profesan
dócilmente su doctrina y la reflejan en sus costumbres verdaderamente
cristianas, para que sea también de aquellos a quienes Él será resurrección y
vida.
Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!
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