Quinta Aparición
Jueves, 13 de septiembre
Al aproximarse la hora fui a Cova de Iría con Jacinta y Francisco entre numerosas personas (unas treinta mil) que nos dejaban andar con dificultad. Los caminos estaban apiñados de gente; todos nos querían ver y hablar, allí no había respetos humanos. Mucha gente del pueblo, y hasta señoras y caballeros, consiguiendo romper por entre la muchedumbre que alrededor nuestro se agolpaba, venían a postrarse de hinojos delante de nosotros pidiendo que presentásemos sus necesidades a Nuestra Señora. Otros, no consiguiendo llegar junto a nosotros, clamaban de lejos. Uno de ellos:
-¡Por el amor de Dios, pidan a Nuestra Señora que me cure a mi hijo, que está impedido!
Otro:
-Que me cure el mío, que es ciego.
Otro:
-El mío, que es sordo.
-Que me traiga a mi marido o mi hijo, que están en la guerra; que convierta a un pecador, que me dé salud, que estoy tuberculoso, et cétera.
Allí aparecían todas las miserias de la pobre humanidad y algunos gritaban subidos a los árboles y a las tapias con el fin de vernos pasar. Diciendo a unos que sí, dando la mano a otros para ayudarles a levantarse del polvo de la tierra allá íbamos abriendo camino entre la muchedumbre. Ahora cuando leo estas escenas encantadoras del Nuevo Testamento, del paso de Nuestro Señor por Palestina, pienso en nuestros pobres caminos y sendas de Ajustrel, Fátima y Cova de Iría, y doy gracias a Dios ofreciéndole la fe de nuestra buena gente portuguesa. Y pienso si ellos podían humillarse como lo hicieron ante tres pobres niños, sólo porque eran agraciados de hablar a la Madre de Dios, ¿qué no harían si pudieran ver a Nuestros Señor mismo en persona delante de ellos?
Bien, esto no tiene que ver con la materia, era una distracción de mi pluma que me llevaba a parte donde yo no quería una inútil divagación. No lo arranco para no estropear el cuaderno.
Por fin llegamos a Cova de Iría y al alcanzar la encina comenzamos a decir el rosario con la gente. Un poco más tarde vimos el reflejo de luz a acto seguido, sobre la encina, a Nuestra Señora, que dijo:
-Continuad rezando el rosario para alcanzar el fin de la guerra. En octubre vendrá también Nuestro Señor, Nuestra Señora de los Dolores y del Carmen, San José con el Niño Jesús para bendecir al mundo. Dios está contento con vuestros sacrificios, pero no quiero que durmáis con la cuerda puesta; llevadla sólo durante el día.
-Me han pedido para suplicarle muchas cosas: la curación de algunos enfermos, de un sordomudo, et cétera.
-Sí, a algunos los curaré, pero a otros no. En octubre haré el milagro para que todos crean.
Y comenzó a elevarse, desapareciendo como de costumbre.
(Los niños tomaron muy a pecho las palabras de la Virgen en agosto, que pedía sacrificios por los pecadores. Uno de los sacrificios más dolorosos era el de la cuerda que cada uno de ellos llevaba atada a la cintura. Tanto las hacía sufrir, que Jacinta a veces hasta lloraba con la violencia del dolor. La Virgen las dijo con solicitud maternal que de noche no usaran la cuerda para poder disfrutar del reposo necesario. Otros sacrificios eran no comer la merienda, que preparaban entre los pobres. Dejaban los higos y las uvas. “Teníamos lo costumbre de ofrecer de vez en cuando el sacrificio de pasar una novena o un mes sin beber. Hicimos una vez este sacrificio en pleno de agosto, en que el calor era sofocante” Mayores todavía eran los sacrificios que les exigía la misión que la Virgen les encomendara: las vejaciones, la curiosidad y molestias de la gente, sus interminables visitas y preguntas, la persecución y la prisión, y por fin la larga enfermedad de Francisco y, sobre todo, de Jacinta a la cual varias veces visitó la Virgen, previniéndola que moriría solita, después de sufrir mucho)
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