"Esta maternidad; nunca llegaremos a sondear toda su profunda y altísima magnificencia" |
En este instante, -la
Anunciación-, queda María convertida en verdadera Madre de Dios. Dignidad
altísima y maravillosa. Es infinita, porque infinita es la dignidad de su Hijo.
Es un parentesco real y físico con el Hijo de Dios. Desde este momento, Dios
está en María no en imagen, no con su gracia, sino con su persona misma Divina.
Hay entre Dios y María una verdadera identidad en cuanto que la carne y sangre
de su Hijo, son carne y sangre de María.
Es la unión más íntima y
sublime que puede darse entre una criatura y Dios. Por ella María, al ser Madre
de Dios, adquiere la más alta autoridad, la autoridad de mandar a su Hijo;
adquiere el más alto privilegio, el de un derecho especial al amor de su Hijo y
a recibir de Él todos los bienes de gracia y de gloria con el poder de
comunicarlo a los demás.
En esta maternidad divina se
funda la verdad de que Ella es nuestra Mediadora y una Mediadora omnipotente,
porque participa por la gracia de la omnipotencia que Dios tiene por naturaleza
y, además, es por esta maternidad la dispensadora de todas de todas las
gracias, ya que se ve claramente que Dios no quiere comunicarse a los hombres
directamente, sino por medio de María, como lo hizo en la Encarnación.
Magnífica, sublime y divina
esta maternidad; nunca llegaremos a sondear toda su profunda y altísima
magnificencia. Dios puede crear más mundos, más Ángeles, otros seres
infinitamente más perfectos, pero no puede hacer una Madre mayor que la Madre
de Dios.
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