Aun siendo una mera criatura,
María Santísima fue de tal modo colmada de gracias por la Providencia Divina
que –podemos afirmar- todas las santas alegrías de la tierra y del cielo no se
comparan con su alegría.
En efecto, Nuestra Señora,
Ella solo, está más inundada de gloria, tiene mayor abundancia de felicidad y
de intimidad con Dios, le dedica mayor veneración y recibe de parte de Él un
respeto mayor, que todas las criaturas angélicas y humanas reunidas.
Si, como ardientemente debemos
desear, la Virgen nos obtiene la gracia de la salvación eterna, nuestra mayor
alegría en el cielo, después de la visión beatífica, será contemplar el alma
Santísima de María y, en Ella, los reflejos de las infinitas perfecciones de
Dios, Nuestro Señor.
Plinio Corrêa de
Oliveira
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