Mírala hoy, si cabe más pura, más blanca, más resplandeciente, más santa, más llena de amor a Dios y a los hombres |
La venida.- Y cuando así
estuvieron preparados, es cuando vino el Espíritu Santo el día de Pentecostés,
en forma de fuego. Penetra en el cenáculo y contempla el estupor y espanto de
los Apóstoles, al oír aquel viento impetuoso, al ver que la casa toda temblaba
y parecía venirse a tierra, al percibir aquella lluvia misteriosa de lenguas de
fuego, que se posaban sobre cada uno de ellos después, el gozo inmenso al
sentirse llenos del Espíritu Santo y de sus dones y gracias y, sobre todo, del
amor encendido y abrasador que es el Divino Espíritu.
Y ¿qué sentiría la Santísima
Virgen? Ella fue la primera en comprender la llegada del Espíritu Santo y, sin
asustarse por aquellas señales violentas que le acompañaron, se recogió fervorosamente
en su interior, para mejor recibirle. ¡Qué gusto no recibiría, por decirlo así,
el Espíritu Santo al encontrar un alma tan bien dispuesta como la de María! si ya
le había dado antes la plenitud de su gracia, ¿qué más podía hacer con Ella el
Espíritu Santo en este día?
Milagrosamente aumentaría su
capacidad, dilataría los senos de su alma, ensancharía todo lo posible su
corazón, para tener satisfacción de volverla a llenar de nuevas gracias, de
nuevos privilegios, de nuevo y más encendido amor. Póstrate ante tu Madre
querida y admira esa grandeza inmensa, casi infinita y divina, de que la ves
revestida hoy al recibir al Espíritu Santo.
Mírala hoy, si cabe más pura,
más blanca, más resplandeciente, más santa, más llena de amor a Dios y a los
hombres. Si ahora se le apareciera el Arcángel, no hay duda que enmudecería,
pues en su lenguaje angélico, no encontraría expresiones para saludar
dignamente a María. Haz que salte de gozo tu corazón, ante esta consideración y
pide a tu Madre un poquito de lo muchísimo que Ella tiene y posee.
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