Hemos de ser fieles como la Virgen, Nuestra Señora a las divinas inspiraciones por las que Dios nos llama cada día a una entrega más esmerada y viva |
La Beata María de la Pasión, Hélène Philippine Chappotin de Neuville, religiosa francesa fundadora de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María, decía a sus hijas:
“Con toda probabilidad, no seremos proclamadas bienaventuradas en los altares,
pero si somos fieles, seremos proclamadas bienaventuradas en el cielo, y esto
nos basta. Tratemos de merecer esta hora de delicias eterna.”
Ser fiel es lo que Dios espera de nosotros, porque la
fidelidad es la virtud de la relación de amistad y amor entre dos personas. El
Señor es fiel a nosotros, porque no puede negarse a sí mismo: su amor y
predilección por nosotros no cambia porque nos ama eternamente. En nuestra
respuesta a su amor, nosotros hemos de entregarnos en la fidelidad. Ver nuestra
relación con Dios como una relación de amor esponsal puede ayudarnos mucho a
crecer en la santidad.
Hemos de ser fieles como la Virgen, Nuestra Señora a las
divinas inspiraciones por las que Dios nos llama cada día a una entrega más
esmerada y viva. Hemos de ser fieles como la Virgen Santísima en las pequeñas
cosas de cada día, en las obligaciones cotidianas…
La fidelidad en lo ordinario exige al mismo tiempo el
detalle como expresión del amor actuante que hace que la misma cosa de cada día
sea nueva…
Puede surgirnos la tentación de hacer todo, de cumplir
con todas nuestras obligaciones… pero hacerlo sin ganas, sin entusiasmo, sin
amor, ya que no nos queda más remedio… y no queremos quedar mal… Así, la vida
cotidiana se hace una carga pesada y muy difícil que parece que nos ahoga.
Además, lo más importante, perdemos la ocasión de que nos sirva para SER
SANTOS.
Nuestra vida normalmente marcada por la repetición de las
mismas cosas cada día y de las mismas obligaciones, sin grandes cambios, debe
ser innovada por el amor… Porque es el amor el que tiene la capacidad de hacer
todas las cosas nuevas. Cualquier acción y cosa de cada día por lo
insignificante que sea humanamente, si se hace con amor y por amor de Dios se
convierte en una obra enorme de valor sobrenatural. Por nuestra unión al cuerpo
místico de Cristo, esa acción insignificante llega a ser obra del mismo
Redentor y nosotros corredentores con él.
El detalle es la marca del amor que hemos puesto en una
obra. Pensemos en el arquitectura, escultura, pintura… en la música, la danza…
en tantas cosas cotidianas y veamos como el detalle es lo que las engrandece,
las que las hace meritoria de mención, lo que es elogiado. No se valoran los
brochazos sobre un lienzo, sino la perfección y la cantidad de detalles que
incluso a primera vista pueden pasar desapercibidos… No se valora un edificio
como mole de piedras o cementos, sino sus acabados, sus detalles…
En mi vida de cada día, en mi oración, en mis penitencias,
en mi casa, con los míos, en el trabajo, en la relación con los demás… ¿soy
detallista? o, ¿soy bruto? ¿me conformo con cumplir?
Hay un evangelio que ilustra muy bien esta vida de
detalles: es el de la mujer pecadora que entra en casa de Simón el fariseo y realiza una ritual lleno de detalles y de
amor para reparar por sus pecados y mostrarle su contrición a Jesús. Nuestro
Señor se da cuenta, y ante el juicio interior de Simón sobre aquella mujer, él
le hacer ver los detalles con los que la mujer lo tratado y que él aun
habiéndolo invitado a su casa no ha sido capaz de hacer: “He entrado en tu casa
y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con
sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de
paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no
me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con
perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha
amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco».”(Cfr Lc 7, 36-50)
Pensemos en la vida de nuestra Señora, repasemos los
Evangelios, dejemos que nuestra imaginación discurre santamente en el día a día
de la Virgen, y veremos que lo que la hace grande, grandísima, es su vida de
detalles, el poner amor en las cosas más pequeñas y cotidianas, aparentemente
sin importancia e insignificantes.
Veamos la santa delicadeza en lo menudo de nuestra Señora
y alejemos de nosotros el pensar que ser detallistas es ser pesado, empalagoso
y zalamero… todo eso es indigesto… Veamos esa delicadeza de nuestra Señora
siempre discreta y pidamos que sepamos
imitarla nosotros. Amén.
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