Fac me vere tecum flere, crucifixo
condolere, donec ego vixero. Juxta crucem tecum stare te libenter sociare in
planctu desidero
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El encuentro.- Contempla en silencio este devotísimo paso. No es
posible expresarlo con palabras; deja a tu corazón que hable y sienta todo lo
que pueda y sea capaz de sentir. Mira el sentimiento de aquella Madre que
anhela acercarse a su Hijo, quiere verlo más de cerca, cambiar con Él una
mirada, una palabra, una muestra de afecto y de cariño maternal. Y,
efectivamente, en medio de la calle de la amargura, le sale al encuentro, le
tiende sus brazos, le quisiera arrancar, si fuera posible y llevarle consigo.
Jesús levanta sus ojos y ve a
su Madre; se encuentran las dos miradas. ¡Cuántas cosas se dirían con ellas!
¡Qué bien se entenderían! Los corazones se compenetraron y cada uno aumentó más
su dolor con la vista del otro. Bien lo sabía María y, no obstante, no rehúye el
encuentro.
Quizás no creyera ver tan
desfigurado a su Hijo. ¡Cuán grande sería su dolor al contemplar aquel rostro
Divino tan asquerosamente tratado y tan horriblemente desfigurado! Sólo Ella,
con su mirada de Madre, lo pudo conocer. Aprende generosidad ante el hecho de
ver a María salir al encuentro de Jesús, que tanto dolor le había de causar. No
dudes, no vaciles, sal generosamente el encuentro del dolor, del sufrimiento,
que allí te espera Jesús, allí encontrarás indefectiblemente a Jesús.
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