Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

domingo, 20 de agosto de 2017

LA DORMICIÓN DE NUESTRA MADRE MARÍA y II

“Ven, hermosa mía, paloma mía, ven que ya pasó el invierno de este valle de lágrimas; ven del Líbano y serás Coronada”

Agonía dulcísima.- Dios ya no pudo resistir más y decidió condescender a estos amorosos anhelos. Según la tradición, envió al ángel San Gabriel con este anuncio dulcísimo: “Dios te salve, la llena de gracia, mucho más que en el día de la Anunciación, el Señor ha escuchado tus vivas ansias y me manda decirte que te dispongas a dejar la tierra, porque quiere ya coronarte en el Cielo. Ea, prepárate y date prisa porque todos los ángeles suspiran por tener en su compañía a su Reina y Señora” Contempla de nuevo a la humildísima Virgen al escuchar esta embajada. Otra vez se postra en tierra, otra vez repite: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí su deseo”.

Ahora mira al discípulo amado. Se ha dado cuenta de que María se va al Cielo, no puede ni pensarlo. ¿Qué va a hacer si le quitan aquella joya? Acostumbrado a aquellas miradas maternales, a aquellos mimos amorosísimos, ¿cómo va a vivir? Difícil es comprender cuál sería su dolor. Él, que la había recibido como un tesoro en el Calvario y que como un avaro la había guardado con tanta solicitud, con cuidados y desvelos diarios y ahora, la muerte, ¿todo se lo iba a arrebatar?

Añade a esto el dolor de los demás apóstoles y discípulos, el de los cristianos todos y, en particular, el de las piadosas y santas mujeres en cuya compañía había vivido. Triste, muy triste y espantosa fue para todos esta agonía. Solo para Ella fue dulcísima y procuraría endulzársela a los demás, diciéndoles: “No lloréis, porque os conviene que yo me vaya, para atenderos desde el Cielo. Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos” ¡Qué promesa tan dulce para nosotros!, y ¡cuánta verdad es que María está siempre con nosotros!

Muerte felicísima.- La Iglesia no se entristece, ni celebra exequias en este aniversario de la muerte de María. Se viste de gozo y alegría y celebra con gran solemnidad esta muerte como una magnífica fiesta. Es preciosa la muerte de los Santos, dicen las Sagradas Escrituras. Pues, ¡qué diremos de la de María? San Juan Damasceno dice que el mismo Cristo le dio la última Comunión, diciéndole: “Recibe, Señora y Madre mía, de mis manos el Cuerpo que Tú me diste y que en tu preciosísimo seno se formó” Y que la Virgen, respondería: “Hijo mío, en tus manos encomiendo mi espíritu” Y el Señor, entonces, hizo salir a aquella Bendita Alma de su Cuerpo y la tomó en sus manos, mientras la regalaba con aquellas palabras: “Ven, hermosa mía, paloma mía, ven que ya pasó el invierno de este valle de lágrimas; ven del Líbano y serás Coronada”

Así murió María, como únicamente podía morir, con la muerte del amor, de la que, como de San Francisco de Sales, “murieran los ángeles si estos fueran mortales” ¿Quién nos diera una muerte semejante? No olvides que la muerte es imagen de la vida. Quieres morir como María, pero ¿vives como Ella? De su parte no te faltará ayuda y protección; que te asegure una santa y dulce muerte. Pídeselo así diariamente con gran fervor a tu querida Madre.





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