“Ven, hermosa mía, paloma mía, ven que ya pasó el invierno de este valle de lágrimas; ven del Líbano y serás Coronada” |
Agonía dulcísima.- Dios ya no pudo resistir más y decidió
condescender a estos amorosos anhelos. Según la tradición, envió al ángel San
Gabriel con este anuncio dulcísimo: “Dios te salve, la llena de gracia, mucho
más que en el día de la Anunciación, el Señor ha escuchado tus vivas ansias y
me manda decirte que te dispongas a dejar la tierra, porque quiere ya coronarte
en el Cielo. Ea, prepárate y date prisa porque todos los ángeles suspiran por
tener en su compañía a su Reina y Señora” Contempla de nuevo a la humildísima
Virgen al escuchar esta embajada. Otra vez se postra en tierra, otra vez
repite: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí su deseo”.
Ahora mira al discípulo amado.
Se ha dado cuenta de que María se va al Cielo, no puede ni pensarlo. ¿Qué va a
hacer si le quitan aquella joya? Acostumbrado a aquellas miradas maternales, a
aquellos mimos amorosísimos, ¿cómo va a vivir? Difícil es comprender cuál sería
su dolor. Él, que la había recibido como un tesoro en el Calvario y que como un
avaro la había guardado con tanta solicitud, con cuidados y desvelos diarios y
ahora, la muerte, ¿todo se lo iba a arrebatar?
Añade a esto el dolor de los
demás apóstoles y discípulos, el de los cristianos todos y, en particular, el
de las piadosas y santas mujeres en cuya compañía había vivido. Triste, muy
triste y espantosa fue para todos esta agonía. Solo para Ella fue dulcísima y
procuraría endulzársela a los demás, diciéndoles: “No lloréis, porque os
conviene que yo me vaya, para atenderos desde el Cielo. Yo estaré con vosotros
hasta la consumación de los siglos” ¡Qué promesa tan dulce para nosotros!, y
¡cuánta verdad es que María está siempre con nosotros!
Muerte felicísima.- La Iglesia no se entristece, ni celebra
exequias en este aniversario de la muerte de María. Se viste de gozo y alegría
y celebra con gran solemnidad esta muerte como una magnífica fiesta. Es
preciosa la muerte de los Santos, dicen las Sagradas Escrituras. Pues, ¡qué
diremos de la de María? San Juan Damasceno dice que el mismo Cristo le dio la
última Comunión, diciéndole: “Recibe, Señora y Madre mía, de mis manos el
Cuerpo que Tú me diste y que en tu preciosísimo seno se formó” Y que la Virgen,
respondería: “Hijo mío, en tus manos encomiendo mi espíritu” Y el Señor,
entonces, hizo salir a aquella Bendita Alma de su Cuerpo y la tomó en sus
manos, mientras la regalaba con aquellas palabras: “Ven, hermosa mía, paloma mía,
ven que ya pasó el invierno de este valle de lágrimas; ven del Líbano y serás
Coronada”
Así murió María, como
únicamente podía morir, con la muerte del amor, de la que, como de San
Francisco de Sales, “murieran los ángeles si estos fueran mortales” ¿Quién nos
diera una muerte semejante? No olvides que la muerte es imagen de la vida. Quieres
morir como María, pero ¿vives como Ella? De su parte no te faltará ayuda y
protección; que te asegure una santa y dulce muerte. Pídeselo así diariamente
con gran fervor a tu querida Madre.
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