Sí, dulcísima Madre mía, quiero arder en vuestro amor y propongo exhortar a otros a que os amen también |
¡Oh Sacratísima Reina de los ángeles, Madre de Dios y
Señora nuestra, la más excelente y amable de todas las criaturas! Cierto es que
hay en el mundo muchos que ni os aman ni os conocen, mas en el Cielo tenéis
millares y millares de ángeles y santos que os aman y alaban
incesantemente. También en la tierra se encuentran almas felices, enardecidas
en vuestro amor y prendadas de vuestra bondad.
¡Oh si yo os amase igualmente! ¡Si de continuo estuviese pensando en cómo
serviros mejor y ensalzaros y veneraros, procurando mover a otros al mismo amor
y veneración!
El Eterno se enamoró de vuestra incomparable hermosura,
con tanta fuerza, que le hizo como desprenderse del seno del Padre y escoger
esas virginales entrañas para hacerse Hijo vuestro. ¿Y yo, gusanillo de la
tierra, no he de amaros?
Sí, dulcísima Madre mía, quiero arder en vuestro amor y
propongo exhortar a otros a que os amen también. Aceptad mis deseos y ayudadme
a lograrlos. Sé que a vuestros amantes los mira Dios con particular
benevolencia, no deseando nada tanto, después de la dilatación de su gloria,
como veros amada, honrada y servida de todo el mundo. Con este convencimiento
procuraré amaros más y más, y esperaré de Vos toda mi dicha.
Vos me habéis de conseguir el perdón de mis pecados; Vos,
la perseverancia final; Vos me habéis de asistir a la hora de mi muerte; Vos me
habéis de sacar de las penas del purgatorio, y Vos habéis de llevar mi alma en
vuestros brazos maternales hasta presentarla ante el trono de la Santísima
Trinidad.
Todo esto esperan vuestros hijos de Vos, y ninguno de ellos queda jamás
burlado. Pues lo mismo espero yo, que os amo con todo mi corazón y después de
Dios, sobre todas las cosas.
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