Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

martes, 11 de octubre de 2016

MATERNIDAD DE NUESTRA SANTÍSIMA MADRE MARÍA, 2016

 María, Madre de Dios, recibe mis humildes obsequios y haz que también yo pueda gozar de los dulces frutos de tu Maternidad Divina
La fiesta de la Maternidad de María debe despertar en nuestros corazones la confianza y la fe en aquella que, por su dignidad de Madre, goza de los máximos poderes ante su Divino Hijo. Alabándola como Madre de Dios, la obligamos a empeñar su maternidad a favor nuestro: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores” ¿Qué abogada mejor podríamos encontrar?, ¿qué patrona más poderosa? Jesús no puede resistir a los ruegos de su Madre, y María no puede resistir a los que le invocan bajo el título dulcísimo de su Maternidad. Si toda mujer se siente conmovida al oírse llamar “madre”, ¿cuánto más no se conmoverá María oyéndose llamar “Madre de Dios”? Invoquémosla pues, así, tratémosla como Madre, Madre de Dios ante todo y luego también Madre nuestra, ya que Jesús, muriendo en la Cruz, ha querido poner a disposición nuestra los tesoros de su Maternidad. La Virgen tiene una misión maternal que cumplir con nuestras almas. Jesús mismo se la ha confiado; por eso le es tan querida y no desea más que llevarla a término. Sí, María quiere ser nuestra Madre, quiere empeñar en provecho nuestro los privilegios y tesoros de su Maternidad, pero no puede hacerlo si no nos confiamos a Ella como hijos dóciles y amantes. Aun entre las personas consagradas a Dios, no todas no siempre se dan cuenta lo bastante de la necesidad de entregarse a María como hijos, de abrir el alma a su influjo maternal, de recurrir a Ella con plena confianza, de invocar su ayuda en todas las dificultades, en todos los peligros, de poner la vida espiritual bajo su amparo. Así como en el orden natural el niño necesita de su madre, y cuando ésta viene a faltar, el niño sufre moral y espiritualmente, del mismo modo en el orden sobrenatural las almas tienen necesidad de una madre, de María Santísima. Sin Ella, sin sus cuidados maternales las almas sufren, su vida espiritual es fatigosa, con frecuencia languidece o, al menos, no es lozana como lo podría ser. Cuando, por el contrario, las almas se entregan a María, buscan a María y se confían a Ella, su vida interior progresa rápidamente, su caminar hacia Dios se torna más ágil y rápido, todo se hace más fácil, porque hay una mano maternal que las sostiene, un corazón maternal que las conforta.


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