Tu bendito Rosario, ¡oh Virgen Santa!, sea para mí arma defensiva y escuela de virtud |
El segundo fruto que debemos sacar del rezo cotidiano del
Rosario es la inteligencia de los misterios de Cristo; por medio de María y con
María, que nos abre su puerta, el Rosario nos ayuda a penetrar las inefables
grandezas de la Encarnación, de la Pasión y de la gloria de Jesús. ¿Quién mejor
que la Virgen ha comprendido y vivido estos misterios? ¿Quién mejor que la
Virgen puede comunicarnos su inteligencia? Si durante el rezo de Rosario
supiéramos de veras ponernos en contacto espiritual con María para acompañarla
en las diversas etapas de su existencia, podríamos captar algo de los
sentimientos de su corazón en presencia de los grandes misterios de que fue
testigo y con frecuencia protagonista, y esto serviría admirablemente para
alimentar nuestro espíritu.
De esta manera nuestro Rosario se transformaría en un
cuarto de hora de meditación, iba a decir de contemplación, bajo la guía de la
Virgen. ¡Esto es ni más ni menos lo que la Virgen quiere, y no ciertos Rosarios
rezados a flor de labios, mientras el pensamiento divaga en todas direcciones!
Las avemarías repetidas insistentemente, han de expresar la disposición del
alma que se esfuerza por elevarse hasta la Virgen, por lanzarse hacia Ella,
para ser por Ella arrebatada e introducida en la comprensión de los misterios
divinos. “¡Ave María!”, dicen los labios, y el corazón murmura: Enséñame ¡oh
María! a conocer y a amar a Jesús como Tú le has conocido y amado.
Un rezo semejante del Rosario requiere recogimiento,
requiere, como dice Santa Teresa de Jesús, que antes de comenzar se pregunte el
alma con quién va a hablar y quién es la que habla, para ver cómo le ha de
tratar (Camino de perfección 22,3). La Santa, con fino donaire, se burla de
ciertas personas muy “amigas de hablar y de decir muchas oraciones vocales muy
apriesa, como quien quiere acabar su tarea, como tiene ya por sí decirlas cada
día” (Ib. 31,12).
Rosarios rezados de este modo no pueden, en verdad,
nutrir la vida interior, poco fruto producen al alma y poca gloria dan a la
Virgen. En cambio, rezado con verdadero espíritu de devoción, el Rosario viene
a ser un medio eficacísimo de cultivar la piedad mariana y de adentrarse en las
intimidades de María Santísima y de su Hijo Divino.
P. Gabriel de Santa María Magdalena O.C.D.,
del libro "Intimidad
Divina"
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