Nuestra Señora de la Alegría, Granada |
Aparición de Jesús a su Madre. –No es de fe, ni consta en el
Evangelio, pero es cierto. La naturaleza y la gracia, exigen este encuentro
entre Madre e Hijo. No podemos dudar de que la Virgen lo esperara, con una fe
viva e inquebrantable. Los Apóstoles llegaron a dudar de la Resurrección. María
esperaba con certeza infalible, el cumplimiento de las palabras de su Hijo. Por
eso, Ella no fue al sepulcro, sabía que era inútil y que allí ya no estaba
Jesús.
Piensa ahora en esta santa
paciencia, que en especial al comenzar el día tercero, invadiría el Corazón de
la Virgen. Los minutos se le harían eternidades, le daba el corazón de madre
que su Hijo ya se aproximaba y el corazón de una madre nunca se equivoca en
cosas de sus hijos. Recuerda a la madre de Tobías, saliendo a diario al camino,
para ver si regresaba su hijo.
Es necesario conocer el corazón
de una madre y, sobre todo, el de aquella Madre, para hacerse cargo de su deseo
e impaciencia por ver al Hijo Resucitado. ¿No será dulce pensar que también
ahora, con sus deseos vehementes, con sus fervientes súplicas, hizo que se
acelerara la hora de la Resurrección, como lo había hecho en la Encarnación y
en las bodas de Caná al adelantar el momento de la manifestación pública de Jesús?
En fin, llegó el instante dichoso
que no es posible imaginar. Contempla a la Virgen aún en su soledad, sumida en
el océano de las tristezas, ya no tiene lágrimas que dar. Y de repente, una
explosión de luz Divina, un Cuerpo Glorioso con Vestiduras mas blancas que la
nieve y, sobre todo, una voz dulcísima, muy conocida, que llama y repite mil
veces: ¡MADRE! ¿Qué lengua podrá explicar estas efusiones de Hijo y de Madre en
aquellos instantes?
Deja a tu corazón sentirlas
y que pierda y se abisme en este mar de
dicha, de felicidad, de gloria verdadera. ¡Qué bueno es Jesús para los que le
aman! Un poco de padecer y sufrir con Él y luego cuánto goce y satisfacción sin
fin. Compara con estos goces y alegrías, las que el mundo ofrece y verás si
merecen siquiera este nombre, las mentiras
que él nos da.
También aplica ahora, la regla
del amor y del dolor; cual es el amor,
es el dolor, y cuál es el dolor, así es la alegría después. ¿Cómo sería la
alegría de la Virgen si así amaba a su Hijo? Si así sufrió en su muerte, ¿qué
sería verle ahora glorioso, triunfante, resucitado, para nunca más morir? Ahora
de nuevo iría Ella recorriendo las heridas de su Cuerpo y las adoraría con la
felicidad que le produciría verlas tan gloriosas. Recórrelas también tú con
Ella y una vez más detente en aquel Costado, en aquel Corazón. ¡Qué horno!,
¡qué volcán de fuego! Entra muy adentro y allí abrásate, consúmete en santo
amor a Dios.
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