Durante la Pasión de mi Hijo –contó la Virgen María- sus
enemigos le cogieron y le abofetearon en la cara y en el cuello. Luego le
llevaron a una columna y Él mismo se desnudó y puso sus manos en la columna, y
ellos le ataron. Al primer golpe, yo, que estaba allí cerca, caí como
muerta. Al recobrarme, vi su cuerpo
azotado hasta las costillas, de modo que se le veían los huesos; con los azotes
le desgarraban la carne. Y mi Hijo estaba allí, sangriento y despedazado, no
quedaba en su cuerpo parte sana donde le pudieran azotar ya más. Entonces, uno
de los que estaban allí, enojado, gritó: ¿Es que pretendéis matar a este hombre
antes de sentenciarle?, y a la vez que dijo esto cortó las ataduras.
Sólo la Virgen María sabía reconocer el eterno amor que
Dios Padre tenía al mundo, que por él no perdonaba a su Hijo, y Ella también
ofrecía a su Hijo, con todo su amor, para la salvación de los hombres, deseando
que todos reconocieran y amasen este inmenso beneficio del Salvador hacia ellos.
Del libro "La Pasión del Señor"
de Luis de la Palma
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