“Triste, muy triste está mi alma hasta la muerte” Su Madre le acompaña en espíritu y participa de sus sufrimientos, de sus temores, de sus amarguras; quizá tuvo revelación de lo que Judas tramaba |
Camino del Monte
Olivete. –Jesús ha acabado ya sus misterios sacrosantos e inefables del
Cenáculo. Ya se acerca por momentos la hora y valiente y decidido, sale con
dirección a Getsemaní. Bien sabe que no volverá más. Puede contar las horas que
le quedan de libertad. Es cuestión de pocos momentos y ya habrá dado comienzo
el drama sangriento. Y, porque lo sabe, sufre amarguras indecibles en su
corazón.
“Triste, muy triste
está mi alma hasta la muerte”, razón tenía para esta inmensa tristeza. Veía a
los judíos tratando su venta, como si se tratara de una cosa vil y
despreciable; veía, en especial, a Judas, llevando hasta lo último su traición;
veía todo lo que le aguardaba y aunque era Dios, era hombre y por eso sufría
amarguras indescriptibles en su amante y tierno Corazón. También las sufre
María. Su Madre le acompaña en espíritu y participa de sus sufrimientos, de sus
temores, de sus amarguras; quizá tuvo revelación de lo que Judas tramaba, quizá
tuvo conocimiento de cómo estaba decididos aquella misma noche a dar el golpe
decisivo y su Corazón se destrozaba de dolor, al saber y contemplar cada una de
estas cosas. Apartada estaba de Jesús corporalmente, pero ¡qué unida en su
espíritu! ¡Cuán admirable penetraba Ella en la razón y la causa de la tristeza
de aquel Divino Corazón!
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